3 de abril de 2007

Le sucedió a un amigo de un amigo

Era una fría y oscura noche del invierno del 2002. La helada blanqueaba todo a su paso. El reloj marcaba las dos de la madrugada y a esa hora la ruta lucía casi desierta. El único que rompía el silencio y la oscuridad era mi Volkswagen Gacel que venía cubriendo el trayecto Santa Rosa-Bahía Blanca a unos 120 km por hora.
Cuando la pera se me empezó a mover y los dientes a repiquetear me di cuenta que la calefacción había dejado de funcionar. Hice girar la perilla como diez veces pero no había caso, el frío había invadido el interior del Gacel, hasta convertirlo en una heladera. Miré buscando algo con que calentarme. En la guantera encontré una petaca de licor de café al coñac que me cambió el ánimo y me hizo olvidar de la helada.
Le había entrado dos veces a la petaca cuando divisé una luz verde a unos 300 metros. Lo primero que se me vino a la mente fue preguntarme ¿pusieron un semáforo en el medio de la nada?. Pero no, a medida que me acercaba me fui dando cuenta de que era un tipo en la banquina. Como soy de andar mucho en la ruta, siempre que puedo alzo a la gente que precisa que la lleven. Por eso ni bien observé que me hacían seña clavé los frenos. Era el cruce con un camino vecinal que cortaba la ruta. Pensé que sería un paisano de algún puesto que necesitaba llegar a algún lado.
Al bajar el vidrio vi que el tipo, por decirlo de alguna forma, era medio extraño. En realidad era muy petiso y tenía puesto lo que parecía un disfraz. Subió al auto sin decir una palabra. Antes de sacarme todas las dudas que me invadieron le pregunté para dónde iba. Me dijo por lo bajo "para allá". Juro que le entendí "para Acha", así que sin más que decir puse primera y arranqué.
Lo primero que hice fue preguntarle que hacía disfrazado así. Sin mirarme balbuceó: "por el carnaval". Cuando le dije que estábamos en junio, el tipo muy rápido y como para que no levante sospechas me contestó que del carnaval era el disfraz que traía puesto pero que ahora estaba trabajando.
"Entonces venís de un baile de disfraces", pregunté. "Claro, eso. De un baile de disfraces vengo", me respondió.
Le quise convidar de la petaca pero me contestó que cuando trabaja no tomaba alcohol.
De entrada me arrepentí de haberlo subido porque el tipo hablaba poco. Así que después de los primero kilómetros comencé a sacarle algún tema de conversación. Pero me respondía con monosílabos.
Entre las pocas cosas que habló, me dijo que no era de La Pampa pero que hacía unos meses que andaba por la zona luego de estar un tiempo en el norte del país. Conocía a un Francisco en Santa Rosa pero no se acordaba el apellido.
Me preguntó si había oído hablar de un tal Nelson de la Rosa. Según él, era una personalidad que hasta había estado en el programa de Susana Giménez. "A ese petiso lo quiero conocer", comentó.
"Frená, que me bajo acá", me gritó mientras miraba por la ventanilla. "¿Pero no ibas para Acha?", le pregunté. "Sí, lo que pasa es que vi algo que me interesa y me tengo que bajar ya", me contestó.
"Pero estás seguro, mirá que no hay nada y el próximo pueblo está a unos 15 kilómetros", traté de convencerlo. "Si si, frená que me quiero bajar. Dale, dale", me insistió mientras abría la puerta.
"Ma sí. Si te querés bajar, bajate", pensé. Antes de frenar ya se había tirado del auto.
"Pero este tipo está loco". Frené y miré que saltaba el alambrado y se metía al campo. Lo último que escuché fue que iba cantando: "La vaca es un animal, todo forrado de cuero… la vaca es un animal, todo forrado de cuero…".

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