12 de septiembre de 2007

Increíble pero real, tan real como el dolor que sentí ese día

Yo era un discreto jugador de fútbol. Comencé en un potrero y en un potrero terminé. Cada vez que jugué siempre lo hice mal entrenado.
Era diestro y mi pierna izquierda la usaba sólo para caminar o apoyarme porque siempre es bueno tener un palenque donde rascarse. Si alguna vez llegue a jugar fue porque tenía esa rara habilidad que tienen los delanteros oportunos para estar en el lugar y el momento justo, o sea que lo mío, como dicen en el tablón, era ubicación y una pizca, importante por supuesto, de culo u orto como quieran.
Mi carrera como futbolista no pintaba para fracaso, pero a pesar de que insistía e insistía no había jugado en ningún club.
Cuando tenía 17 años y mejor estaba entrenado, el destino puso piedras en mi camino, aunque mejor dicho fueron más que piedras...
Una mañana de sábado, en el potrero de siempre atrás de la municipalidad, vino un pelotazo a la punta izquierda. Llegué antes que todos, levante la cabeza, vi que entraba un compañero por el medio del área. Como no tengo zurda, el recurso del chanfle con la cara externa del pie derecho, o el famoso tres dedos, era la solución para tirar el centro. Todo un gesto de repentización.
Pero no fueron ni tres, ni dos los dedos que impactaron la pelota sino que fue uno solito. Los otros dos, por alguna extraña razón para mi aunque no para la física, se habían frenado debajo de los yuyos. A pesar de todo esto, el centro alcanzó para que un compañero mío entrara sólo y definiera el partido. Pero esto último me lo tuvieron que contar.¿Que había pasado? ¿Por qué me tuvieron que contar el gol? La explicación la encontré camino al hospital.
Al potrero, en donde siempre jugábamos, lo estaba matando la civilización. El avance despiadado y sin control del hombre sobre la madre naturaleza. La construcción de una casa en uno de los vértices se había demorado un tiempo y los yuyos habían escondido los cimientos de lo que sería la futura vivienda. Cimientos que no vi pero sabía que estaban ahí abajo. Cimientos que me provocaron la luxación de dos dedos del pie derecho. Si luxación de dos dedos.
Mi corta etapa como futbolista se había terminado, queda el único consuelo de que a más de ocho años de esa trágica mañana, el potrero se resiste a desaparecer. Todavía se pueden ver a un grupo de chicos todas las tardes jugar un picadito en ese inolvidable lugar.
La casa, aún no la pudieron terminar. Las paredes, apenas levantadas sobre los malditos cimientos, juegan como puntero izquierdo o marcador de punta derecho, según para donde rebote la pelota.

Pabloc
Diciembre del ´96

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