26 de agosto de 2006

El gran simulador

Cuando lo vi no lo podía creer. Habían pasado como 30 o 35 años de la última vez. Después de eso, fue como si la tierra lo hubiese tragado. Nunca más se lo vio por acá. Ni noticias. El tipo había desaparecido después de ser el más famoso del pueblo porque era toda una leyenda en la zona.
La última vez que escuché su nombre fue el viernes pasado cuando pasé por el campito de atrás de la municipalidad, donde está la canchita. Había un grupo de pibes, que no tendrían más de 10 años, jugando un picadito. Yo cruzaba por detrás del arco que da a la calle, distraído, casi sin mirar, cuando escuché a uno de los chicos gritar: “dejate de joder che, ya parecés Botero”. Una sonrisa se me dibujó en la cara y pensé: mirá estos pendejos, como es la gente, la mierda. Si ni siquiera saben quién fue y ni siquiera conocen el nombre completo, pero enseguida: parecés Botero, parecés Botero. Si supieran que el día que Juan José Botero se probó por primera vez en un club pasó desapercibido. Todos lo vieron llegar con un bolso azul en el hombro y una pachorra que se asemejaba a la que uno tiene cuando se levanta de una siesta de dos o tres horas. A decir verdad, estaba un poco excedido de peso, tenía unos cuatro o tal vez cinco kilos de más.
Como siempre sucede en estos casos, no faltó un curioso que codeara a otro y con tono irónico dijera: “mirá el gordito ese” y ahí nomás pegara el grito: “gordo, aflojale a los postres”.
Cuando entró a la cancha, dejó ver algún movimiento interesante con la pelota al pie. Mostró una gambeta y un pique corto que invitaba a soñar, pero sólo eso. Estaba mal físicamente, aunque tenía la ventaja de que era joven.
Al “Zurdo” Nuñez, técnico de Atlético desde hacía 35 años, le gustó como jugaba. Sobre todo si tenemos en cuenta que le dio dos o tres indicaciones en el partido de práctica, y el Zurdo no es hablar con los jugadores que prueba. Pero esta vez y como lo había hecho con el Toni Rodriguez, gran leyenda de Club, le había indicado dos veces que le pegara él en el tiro libre. De ahí que todos los que estaban esa tarde en la práctica pensaron que el técnico había encontrado el jugador que buscaba.
El Zurdo observó con detenimiento cada movimiento de Botero y como dicen ahora, le llenó el ojo. Aunque surgía un problema. El campeonato estaba muy cerca y necesitaba un jugador de experiencia para el puesto de enganche y no podía esperar a que Botero se ponga bien físicamente para jugar los 90 minutos. De ahí que ni bien terminó el picado de prueba lo llamó a parte y comenzó a chamullarle de la vida y de lo importante de tener un trabajo estable para formar una familia. Esta era una de las característica del técnico, como cuando le tocó comunicarle al Patón Suarez que no lo iba a tener en cuenta. Como no encontraba palabras, decidió escribir en el pizarrón de táctica, la nómina de jugadores que iban a integrar el plantel y dibujar un muñequito que se iba caminando para afuera con el nombre de Suarez.
Tenía esas salidas el Zurdo, una vuelta se quería sacar de encima un puntero derecho, un tal González, que era veloz pero tenía un problema, cada vez que desbordaba se le terminaba la cancha porque jugaba todo el partido mirando el piso y no levantaba nunca la cabeza. Un día estaba en un entrenamiento acomodando los equipos para jugar una práctica y González vino a preguntarle a donde tenía que ponerse, entonces el “Zurdo” le puso la mano izquierda arriba del hombro y mientras con la derecha le señalaba uno de los laterales de la cancha le dijo: “usted va a jugar ... pero del alambrado para allá. Váyase, no lo quiero ver más”, le gritó.
Con estos antecedentes, el Zurdo Nuñez, técnico de Atlético, seguía dialogando con Botero, hasta que en un momento lo miró fijo a los ojos y le dijo: “usted seguramente quiere jugar al fútbol”. Botero asintió con un movimiento de cabeza. Entonces el Zurdo con mucha ironía le dijo: “vea Botero, con la pinta que usted tiene, ¿Por qué no prueba como actor de cine? Le va a ir bien. Fue un placer”.
Botero agachó la cabeza y por un momento pensó en echarlo a la mierda, pero no se animó, prefirió dar media vuelta y alejarse de la cancha. Cuando había hecho tres o cuatro pasos escuchó la voz del Zurdo Nuñez que le gritaba: “Ehhh.. Botero; cuando en Hollywood sea famoso... mándeme un autógrafo... para mis nietos vio”. El “yaya”, como se lo conocía en el barrio, a pesar de que sintió la frase como una estocada por la espalda, ni se inmutó, siguió caminando como si nada hubiera pasado. Hasta que no aguantó más y cuando estuvo a una distancia en la que era inalcanzable, se dio vuelta y le contestó: ¡hijodemilputa, andalaconchatuagüela culiao!.

Los Ranqueles

El pueblo era chico, sólo había dos clubes en donde jugar al fútbol. Así que Juan José Botero fue a probar suerte al Club Los Ranqueles de Cayupán, que ese año comenzaba a armar un equipo.
Sin más pretensiones que la de incursionar en la liga de su zona, el técnico de los Ranqueles dio el visto bueno y Botero consiguió un puesto entre los dieciséis.
El azar quiso que en la primera fecha del campeonato zonal se juegue el clásico que dividía las aguas en Cayupán: Atlético-Los Ranqueles.
El partido se jugó un sábado 8 de septiembre porque el domingo era el día del pueblo y se había programado un festejo grande y nadie se quería perder uno de los dos acontecimientos.
El clásico fue de trámite discreto, de baja calidad técnica y los dos equipos estuvieron muy imprecisos. Caliente por momentos, con dos expulsados en el primer tiempo, uno por cada bando, daba la sensación de que todo se encaminaba para el cero a cero. Hasta que Botero, que había ingresado para jugar los últimos 30 minutos, recibió una pelota dentro del área de espalda al arco de Atlético. La puso debajo del botín derecho, giro el cuerpo y encaró al tosco y grandote Urrieta que como buen vasco bruto le salió al bulto. Fue ahí que el “Yaya”, intentó eludir la marca con una gambeta corta hacia afuera. La pelota paso y Botero cayó al piso trabado por el pie izquierdo del marcador. De lejos pareció penal, aunque de cerca todos dijeron que Botero se tiro encima de la pierna de Urrieta. La última palabra la tuvo el árbitro, quien sin dudar un instante, y a pesar de las protestas de todo Atlético, cobró penal para los Ranqueles.
Por ese penal que le hicieron a Botero, que el gringo Cuzzoni cambió por gol, los Ranqueles se llevaron el clásico. El partido se suspendió a cinco minutos del final porque los hinchas de Atlético, disconformes con el penal cobrado, rompieron el alambrado y se metieron en la cancha.
Clemente Rodriguez, un gallego más bruto que un arado, era el comisario del pueblo y por sobre todo hincha acérrimo de Atlético. Estaba caliente por el resultado, por lo que invocando no se que artículo de una ley que hablaba de disturbios en espectáculos públicos y sin dar muchas explicaciones metió preso a Botero, aunque no hizo lo mismo con el árbitro, ya que los hinchas de Atlético le habían pegado tanto que fue llevado de urgencia al Hospital de Santa Rosa. El comisario Rodríguez consideraba que no había sido penal, y esto había desatado los incidentes, por lo que el incitador de todos los disturbios había sido el jugador de los Ranqueles.
Cuando cayó la noche, los compañeros que lo visitaron en la comisaría se fueron a sus casas. Botero había quedado encerrado dentro de una humeda celda de dos metros por tres. Hasta el Cabo que estaba de guardia abandonó su lugar a las diez de la noche y se fue hasta la cena baile, organizada como antesala del festejo grande por los 75 años que cumplía Cayupán.
Botero sin nada para hacer, intentaba dormir pero no lograba conciliar el sueño. Eran muchas las imágenes que le recorrían la mente y le aparecían fragmentadas como un videoclip. Cerca de la medianoche y justo en el momento en que volvía a acordarse de la abuela del Zurdo Nuñez, sintió una voz. En un primer momento le pareció que venía de la diminuta ventana enrejada, ubicada debajo del catre donde estaba echado. Pero le restó importancia y continuó recordando.
Tenía nuevamente frente a él al vasco Urrieta. ¿Qué hago?. ¿Amago a ir por afuera y engancho para adentro o voy por afuera como hoy a la tarde?. Mientras su mente resolvía las dos alternativas. La misma voz, esta vez un poco más cerca, volvió a escucharse. Rápidamente abrió los ojos y le dio la sensación de oír “parate” o “andate”. No aguantó más y sentandosé en la especie de cama atinó a preguntar: ¿quién anda ahí? Fue en ese momento donde escuchó claramente esa voz, que no se sabía de donde venía, pero que le decía: “Ti-ra-te. La próxima vez tirate. Haceme caso, tirate que vas a llegar lejos”.

Entrenar

Alguien alguna vez dijo que el entrenamiento hace aflorar el talento. Y eso fue lo que hizo Juan José Botero. Una vez que se puso bien físicamente entrenó, entrenó y entrenó para... simular. Lo hizo en todo momento. Fue un artista en el arte de engañar a los árbitros. Había perfeccionado la habilidad innata que traía desde el nacimiento, la de simular que le cometían falta. Era un maestro en esto.
Se quedaba después de los entrenamientos practicando caídas. Tenía hecho un estudio sobre los árbitros. Conocía muy bien con que jueces tenía que gritar cuando se dejaba caer y con quienes no. También si debía sobreactuar o tirarse simplemente. Había identificado a uno que cada vez que se arrojaba al suelo gritando y dando dos o tres vueltas en el piso, le sacaba amarilla al defensor.
Desconcertaba a los jueces porque nunca simulaba golpes sin pelota o pedía faul por agarrones en el área. Siempre que se tiraba era con la pelota en los pies en una gambeta endiablada a un defensor.
Hablaba bien de él el hecho de ser un jugador correcto y callado, que no discutía los fallos y no era de hacer ademanes de protesta, esos que enardecen a algunos árbitros.
Por momentos se olvidaba de la pelota y se concentraba en los pies del defensor que lo marcaba. Tenía la ventaja de que era hábil, rápido y escurridizo. Esto le posibilitaba hacer una de sus jugadas clásicas: adelantaba la pelota un metro, como toreando al defensor. Cuando este la iba a buscar, Botero siempre llegaba antes, la tocaba con la punta del botín y se tiraba sobre la pierna del marcador. Era un malabarista que vendía ilusiones y espejismos, que los árbitros vivían comprando.
Le llevó un tiempo perfeccionar su arte, pero una vez que lo pulió, no había con que darle. Engañaba a propios y extraños. En el apogeo de su carrera, fue capás de tirarse, aún sabiendo que podía quedar mano a mano con el arquero. Prefería que le cobraran falta y no convertir el gol. Tirarse se había convertido en un vicio.
De la mano del Yaya Botero, Cayupán llegó a ganar el campeonato de su zona. El único en toda su historia. Tuvo la suerte que los dos últimos partidos, cuando la fama de que simulaba las infracciones comenzaba a conocerse en la zona, hubo una huelga de árbitros. Esto hizo que vinieran a dirigir jueces de la liga de Bahía Blanca que no conocían al Yaya, por esto, en el partido final hizo expulsar a dos jugadores rivales y amonestar a otros cuatro.
En esa época nadie llevaba estadísticas pero de haberlas llevado uno podría decir, sin temor a equivocarse, que Botero tiene el récord de haber sido el tipo que más jugadores contrarios hizo echar de un campo de juego. Por su culpa o por faltas que le cometieron, Botero “echó” a más jugadores que partidos disputó. De las amarillas que le pusieron a los contrarios por las pseudo faltas, ni hablar, porque fueron muchísimas más.
Además de ser la “estrella” del equipo, el “Yaya” tenía pinta. Por estas dos cosas, la platea femenina lo seguía con mucha atención. La que le ganó a todas en el anticipo, fue la Griselda, una rubia pulposa que lo encandiló con sus curvas y en menos de lo que canta un gallo, le hizo dar el sí frente al cura párroco.
Así como Botero dejó el anonimato y se convirtió en el ídolo del pueblo y la zona en en menos de tres meses, también y de forma muy rápida empezó a ser el tipo más odiado por los defensores rivales, que no podían creer que los árbitros no vieran como se tiraba una y otra vez.
Cayupán comenzó a disputar el torneo Regional, un campeonato importante que clasificaba para el Nacional, y era seguido con atención por toda la provincia y en especial por la prensa.
Después de ganar en el debut ante el Deportivo Solesio, en ese partido Botero hizo expulsar a tres rivales, Cayupán viajó a San Martín para jugar contra Recreativo.
No le dieron tiempo a tirarse, en la primera pelota que recibió, el cinco rival lo planchó de una patada en la rodilla. Mientras se levantaba escuchó que el árbitro le decía: “No se tire Botero, a usted lo tengo junau”.
¿Qué había pasado? Resulta que ese domingo el diario de San Martín había publicado en su portada una nota, que bajo el título “La farsa de Botero. Camara lenta descubre fraude de jugador de fútbol”, decía más o menos esto: “El revolucionario sistema de cámara lenta desenmascaró a la ´estrella´ del equipo de Cayupán. El programa de televisión “Acontecer deportivo” mostró un video en dónde se ve como Juan José Botero, número diez de Cayupán simulaba infracciones que los árbitros cobraban. El video detecto por lo menos 14 jugadas en un mismo partido en donde se puede apreciar como Botero se tira al piso sin que los defensores le cometan infracción”.
Después de conocerse la noticia, Botero jugó hasta finalizar el torneo, algo que nunca debió hacer. Es que los defensores rivales comenzaron a vengarse, hacían cola para pegarle. Todos, absolutamente todos, gozaban de la impunidad que les daba el árbitro.
Y así como se corrió la fama de gran jugador, la de simulador también, el último partido no lo pudo jugar porque estaba expulsado después de protestar una infracción que le habían hecho.
¿Qué cosa peor le podía pasar? Lo que siempre sucede en estos casos. Botero comenzaba a quedarse solo. Los ocasionales amigos lo abandonaron. Andaba errante por el pueblo hasta que una noticia lo terminó de hundir. La Griselda, que había sido muy rápida para conquistarlo cuando todo era color de rosa, volvía a ser rápida: decidía abandonarlo en el peor momento de su carrera y de su vida.
La última vez que se lo había visto a Botero fue un domingo a la salida de la misa. Al poco tiempo que la Griselda lo dejara, el Yaya la fue a buscar para convencerla de que vuelva con él. Una discusión delante de la Iglesia, terminó abruptamente cuando la Griselda lo humilló delante de todos cuando le gritó: “no solo simulé que te quería, sino que simulé del primero al último orgasmo, cada vez que hicimos el amor”.
Después de eso nunca más se lo vió a Botero en el pueblo, hasta hoy. Ahora, estaba sentado en una silla de madera con el cuerpo encorbado y las manos entre las piernas. Tenía la vista puesta en ningún lado, por lo que miraba sin ver. Sobre el escritorio había tres libros, todos escritos durante esa especie de exilio. Cuando me acerque ni siquiera me miró. “Es la perdición de la juventud porque te miente al mostrar una imagen y no la realidad”, me repetió como un loro cuando le pregunté sobre los libros. Durante esa especie de exilio había escrito: “La caja boba”, “La TV y la manipulación” y “Como miente la televisión”, tres ensayos que hablaban sobre los efectos nosivos de ese medio de comunicación.

Pabloc

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