16 de agosto de 2008

Un día de estos me voy a tirar en el área y el árbitro va a cobrar penal.
Un día de estos me van a hacer un penal y el árbitro lo va a cobrar.
Un día de estos voy a empujar al defensor para cabecear en el área. Voy a hacer el gol y el árbitro no va a cobrar falta.
Un día de estos le voy a pegar una patada en la canilla a un referí. Y le voy a preguntar si le duele tanto como a mi cuando me pegan y no cobra.
Y te juro, que un día de estos voy a volver a hacer un gol.

28 de junio de 2008

Si como dijo Eduardo Galeano el gol es el orgasmo del fútbol, hoy estuve a punto a tener sexo. Pero “la dama más cruel” pegó en el travesaño y picó afuera. Y eso que la traté bien: le hice unos mimos con la derecha y la acaricié con la zurda. Una lástima. Otra vez será.

19 de junio de 2008

Te juro que un día de estos voy a tirar un centro y la voy a colgar de un ángulo.

La despedida

La sobremesa se había extendido más de la cuenta. Sobre el tablón, un cementerio de huesos de cordero, pedazos de pan, botellas vacías, vasos sucios, platos y cubiertos grasientos. Por primera vez en la noche nadie hablaba.
“A que son o y cuarto o menos cuarto” -rompió el silencio el Ñato desde la cabecera que daba a la ventana de la calle. El Ruso, sentado enfrente, achinó los ojos y le preguntó mientras el resto de los presentes lo miró sin entender a dónde quería llegar: “¿Qué decís?”.
- Que tengo una teoría sobre los silencios que se hacen en reuniones como esta -comenzó a explicar el Ñato atrayendo la atención de todos-. Cada vez que se produce un silencio como el de recién si miran el reloj son o y cuarto o menos cuarto. Ahora, por ejemplo, son la una y cuarto, ven-, sentenció con tono casi académico mientras señalaba con el dedo índice de la mano derecha el reloj pulsera que tenía en la izquierda.
- ¿No probaste con ponerla? -le preguntó el Ruso mientras algunos miraban sus relojes.
- Con tu señora a las menos cuarto -contestó rápido el Ñato.
- A la Rusa no le aguantás ni uno -le respondió el Ruso. Esa respuesta hizo que el Teto, bastante cargado ya, pegara un grito: “Eeeeessooooo”.
- Y, ¿qué hacemos? ¿Vamos al boliche? -interrumpió el cruce de palabras el Nico mirando hacia dónde estaban Luis y el Ñato.
- No se... yo no tengo permiso -se atajó Luis mientras se servía el último resto de vino que quedaba en la damajuana. El Ñato lo miró al Nico con cara de no creer lo que acababa de escuchar. Se mordió los labios, señaló a Luis con el mentón y movió la cabeza de un lado para otro.
- Bueno, vamos al boliche -propuso el Ñato alzando la voz para que todos escucharan.
- No tarao, al boliche no. Mejor vamos al cabaret -gritó el Teto poniéndose de pie y levantando el vaso de cerveza por sobre la cabeza como pidiendo un brindis.- Sí, vamos al cabaret. Mi jermu dijo que capaz que salía a dar una vuelta. Si ve los autos en el boliche capaz que se baja. Mejor vamos a visitar a las chicas -opinó el Topo haciendo unos pasos de baile.
- Sí, dale, vamos al cabarulo, que este no fue nunca -arengó el Gordo señalando con la mano hacia donde estaba el Chispa. Si no lo llevamos ahora no va nunca más -aseveró.
El Chispa, desnudo y mojado, los miraba desde la punta de la mesa, al ladito de la parrilla donde todavía quedaban algunas brasas.
- Loco decidan rápido porque hace frío -suplicó temblando como una hoja y tapándose los genitales con las dos manos.
- Jodete por casarte pelotudo -le dijo el Teto y le pegó una cachetada en la nuca.
- ¡Ahora vamos a tener señora todos! ¡Se casa el bolsa de aspas! -gritó a viva voz el Ñato. Eso hizo que dos o tres lo acompañaran con varios alaridos y algún chiflido.
El griterío hizo que el gato negro que estaba al costado de la parrilla se asustara y dejara, por un momento, de comer unos pedazos de carne asada que le había cortado el Ruso.
- Bueno, vamos. ¿Quién viene conmigo? -los invitó el Ñato.
- Fito ¿vos no vas tarao? -le preguntó el Teto.
- No. Me quedo. Tengo que madrugar -respondió el Fito, agachando la cabeza como si sintiera algo de vergüenza.
- Dale tarao, dejate de joder, vamos un rato nada más. Todos tenemos que laburar mañana temprano -insistió el Teto. No, no voy. Vayan ustedes -reiteró con más firmeza esta vez haciendo una seña con la mano.
- Pero dejalo, dejalo -intercedió el Nico. El problema es que no lo dejan…
- Que feo eso, la verdad muy feo… -comentó José desde el otro lado de mesa.
- ¡Che, Fito! -le gritó el Gordo, -cuando llegues a tu casa tirá un cascote arriba del techo… por las dudas viste… así avisas que llegaste -lo cargó.

En el auto del Ruso subieron Nico, Chispa, Teto y José. Con el Ñato iban el Gordo, Luis y el Negro.
Unos 20 minutos más tarde los dos autos estacionaron frente a La Chicho Show. Después de pichulear la entrada con el argumento de que era la despedida de soltero de un amigo los nueve se mandaron adentro.
- Uuuyy, mirá quien está allá -le dijo el Ñato al Gordo señalando para la barra.
- ¿Dónde?, ¿quién? -preguntó apurado mientras cabeceaba buscando a algún conocido.
- El canoso aquel. El pelo blanco. Fijate que es Leslie Nielsen, el de la Pistola Desnuda.
- Es muy buena esa. Es igual, loco.
- Se parece a Boris Yeltsin también.
- Si es parecido. Pero ¿sabés quién es?
- No.
- El viejo Mayona, boludo.
- Pero… ¿qué hace Mayona acá?
- Es cabaretero viejo. Me habían dicho que siempre se daba una vuelta. Dicen que se toma un par de wiskies y se va adobado pa’ las casas.
- Es infernal loco, in-fer-nal- los interrumpió José mirando obnubilado hacia uno de los rincones del cabaret.
- ¿El qué es infernal?- le preguntó el Gordo.
- Eso- le señaló con un movimiento de cabeza.
Una brasilera contorneaba su figura al lado de una máquina que emitía música si se le ponía una moneda de un peso. La negra movía las caderas de un lado para otro revoleando su amplio trasero. Tenía un camisón blanco transparente que dejaba ver un conjunto de ropa interior rojo. Su piel morena brillaba al reflejo de las tenues luces. Era imposible no posar los ojos un rato en su exuberante cuerpo que desbordaba sensualidad. Como lobos hambrientos la rodeaban seis o siete tipos.

El Chispa y el Teto se habían alejado unos metros del grupo. Miraban para todos lados mientras compartían una cerveza.
- Che tarao es cierto que es la primera vez que estás en un cabaret -lo interrogó el Teto.
- Si loco, es la primera vez- respondió el Chispa.
- ¿Y? ¿vas a pasar con una de las chicas? -le preguntó.
- Ni en pedo -negó el Chispa.
- Dale tarao, no te hagas rogar -le suplicó mientras le agarraba el codo-, mirá que el Nico anda diciendo que van a pagarte un pase.
- No, déjense de joder -se enojó el Chispa haciendo un movimiento con el brazo para soltarse.
- Tomá -le dijo el Teto y le apoyó la botella de cerveza en el pecho. Agarrá coraje.
- Vengan loco, vengan. Hagamos una vaquita. Ponemos cinco cada uno y le pagamos un pase al Chispa –los interrumpió entusiasmado el Nico.
- Yo pongo plata si pasa con la viejita esa -contestó el Gordo señalando para dónde había unos sillones de cuerina marrón oscuro.
- Es fehaciente… -dictaminó el Nico.
- ¡Que pedazo de hijo de puta que sos! -replicó el Gordo.
- Ah yo soy el hijo de puta. Y el que se la quiere garchar sos vos -le contestó el Nico.
- No, yo quiero que pase el Chispa -insistió el Gordo.
- Mejor decile que se la chupe. Fijate que no tiene dientes, no le va a raspar -terció el Ruso antes de soltar una carcajada.
- Si es cierto si parece Mamá Cora -la completó el Nico.
- No loco, déjense de joder… -balbuceó el Chispa con la intención de que sus amigos no lo hagan pasar.
- ¡Dejate de joder! Es el regalo de casamiento que te hacen tus amigos. ¿Lo vas a rechazar? -le dijo el Nico con tono amenazante.
-...
- ¡Eeessooooo! -gritó el Teto exaltado a ver que el Chispa no decía nada y parecía que se entregaba a lo que habían decidido entre todos.
- ¿Somos amigos o no somos amigos? -lo interrogó buscando complicidad el Nico a un mudo Chispa.
Antes que pudiera contestar un murmullo atrajo la atención de todos. Como si fuera Isidoro Cañones, el Topo cruzaba la pista abrazado a dos señoritas y se dirigía hacia donde estaba el grupo. Traía a las chicas tomadas de la cintura con una sonrisa de oreja a oreja.
- Chispa, elegí con quién de las dos querés pasar. Elegí, dale, gentileza de tus amigos. Te las presento, ella es Mariela y Cyntia -le dijo el Topo haciéndose el galante y sin dejar de abrazarlas.
El Chispa se puso bordó. Estaba muerto de vergüenza. No levantaba los ojos del piso. No quería ni mirar a las chicas.- Dale, tarao -lo codeó el Teto.
- ¿Les parece? No loco, déjense de joder. Se va a enterar la que te jedi y se va armar un quilombo impresionante- intentó convencer a sus amigos. El Gordo hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y en un rápido movimiento puso la palma de la mano derecha para arriba juntó los cinco dedos y mientras hacía movimientos de arriba para abajo le dijo: “Pero mirá que se va a enterar…no seas pajero. ¿A no ser que vos le cuentes? -le contó mirándolo fijo a los ojos.
- Pero dale, no te hagas rogar pedazo de cornudo-, gritó el Negro.
- Bueno basta -se hizo el enojado el Topo-. Yo me llevo a Mariela, así que tejo en compañía de Cyntia...
- Pará pará pará… yo pagué por ver -los interrumpió Luis, que a esa altura ya estaba muy borracho.
- ¿El qué querés ver vos?- le salió al cruce el Negro.
- A mi amigo el Chispa y a la amiga del Topo. A ellos dos quiero ver- respondió Luis.
- No, dejate de joder Luisito. Mejor vamos a tomar algo- lo convenció rápidamente el Gordo y se lo llevó para la barra.
Los amigos desaparecieron rápidamente del lugar y los dejaron solos. El Chispa estaba incómodo y no sabía que hacer. Se miraba la punta de las zapatillas y no quería levantar la vista. Cyntia, muy canchera en este trámite, se le acercó y comenzó a darle charla hasta que se lo llevó para el fondo.
Después de un rato, la barra de amigos aguardaba expectante el desenlace. Algunos estaban parados y otros tirados en los sillones. Todos esperaban que la puerta se abriera y por ella emergiera la figura del Chispa.- ¿Le pagaron simple o completo? -preguntó el Ñato. ¿Hubo media francesa?
- Simple loco, simple. Nos cobró 30 mangos por un polvo de 15 minutos -rezongó el Teto.
- ¿Y por qué mierda tarda tanto? Ya van 25 minutos sino miré mal el reloj -dijo el Ñato al ver que el Chispa no salía.
- Pero que tarao. A que se puso nervioso el boludo y seguro que no se le para -arriesgó una respuesta el Teto, entre risas.
- Que no sea pajero, sino puede que me deje a mi -suplicó el Ruso.
- Mamita, que ganas de ponerla que hay en el ambiente -comentó el Nico pero sin mirar al Ruso ¿Te cortaron los víveres en tu casa? -preguntó buscando la complicidad de los otros.
- Y sí, la bruja está enojada conmigo. No la puedo tocar ni con una caña de dos metros -admitió el Ruso.
- En serio loco ¡cómo tarda! ¿le habrá pasado algo? -insistió el Ñato con tono de preocupación sobre la suerte que estaba corriendo el Chispa.
- Es la primera vez que viene a un cabaret, es la primera vez que pasa con una mina. Es por eso que tarda, tarao- intentó llevar tranquilidad el Teto.
No había terminado de decirlo cuando el picaporte se movió y enseguida la puerta se entreabrió. El Chispa asomó la cabeza y se quedó en esa posición como espiando. Se alcanzaba a ver que estaba con el torso desnudo. Cuando lo vieron aparecer los amigos estallaron de júbilo, hubo gritos, chiflidos y algún aplauso.
El Chispa fijó la vista en el grupo de amigos, esperó que se haga un poco de silencio y levantando el dedo índice hacia el techo preguntó: “¿Se puede repetir?”.

Pabloc

2 de noviembre de 2007

6 de octubre de 2007

El orgasmo del fútbol


Como dijo Victor Hugo: "Que sea, que sea, que sea...."

Los hay para todos los gustos y de todas las formas posibles. Imaginables, inimaginables, increíbles, iguales, calcados, parecidos, diferentes, importantes, definitorios, decorativos, vergonzosos, tontos, espectaculares, únicos, inimitables, y más.
¿Tienen explicación? Seguro que la tienen. ¿O no? Hace rato que la dejé de buscar. Para mi es como es y cuando no es, no es por más vueltas que le des.
No hay razón que lo explique o por ahí sí y todavía no la se. "Puro azar", dicen unos. "Pura virtud", argumentan otros.
A veces se da porque esquiva todo y otras no porque rebota en algún lado. Puede ser en un pie, una pierna, una mano o en un culo. Cualquier cosa que se interponga en el camino lo impedirá. Otras veces directamente se va por poco o lo que es peor, pega en el palo y se va afuera. Ni siquiera el rebote da una segunda chance, un intento más.
A veces le das de lleno con todo el empeine y no entra. O le pegás con la parte interna para que haga la curva, para que vaya con rosca y cuando pasa el arquero y lo vas a gritar ves que pega en el travesaño y encima pica en la línea y no entra.
Y por ahí, la pifias, le pegás mordido y entra pidiendo permiso. Increíble. Pero es así.
Una pregunta: ¿y si te queda picando en área con el arquero en el piso? ¿Qué haces? ¿Abris el pié y la tocas suave contra el palo o le metés un fierrazo, con los ojos cerrados y los dientes bien apretados? Un consejo. Pegale como quieras o puedas. Va a entrar si tiene que entrar sino "algo" va a pasar para que no sea.

Pabloc

12 de septiembre de 2007

El otro lado II

Cuando Gonzalo Gutierrez subió al tren una extraña sensación le recorrió todo el cuerpo, desde la punta del pie hasta el último pelo de la cabeza. Si alguien, en ese momento, le preguntaba que le pasaba era más que seguro que no iba a tener una explicación razonable para dar. Pero lo que Gonzalo experimentó era un simple presentimiento porque ese lugar le parecía extraño y familiar a la vez. Hacía años que no viajaba en tren y le echó la culpa a eso.Recorrió el vagón de segunda clase hasta encontrar el asiento que le indicaba su boleto. Cuando vio que le había tocado el lado del pasillo no pudo evitar pensar en lo largo del viaje que le esperaba. A su lado una persona parecía dormir con la cabeza apoyada contra la amplia ventanilla y las piernas arriba del asiento de enfrente.Gonzalo no se hizo mucho problema. Se acomodó como pudo entre el apoya brazos, el asiento y el pequeño bolso que llevaba. En esa posición se durmió profundamente sin importarle nada de lo que pasaba a su alrededor. Como a las tres horas se despertó. Ya había amanecido y todavía le quedaba un largo rato arriba de ese tren. Miró por la ventanilla hacia la nada, como buscando algo que le haga pasar el tiempo.La imagen que proyectaban sus ojos era monótona. Los postes de la línea de teléfono pasaban muy rápido, uno detrás de otro, en una secuencia casi infinita. Más allá, campos sembrados y un poco más arriba se divisaba el cielo gris, encapotado.Unas gotas de lluvia pegadas contra el vidrio y el verde de una alfalfa que crecía en un potrero le dispararon la mente. Cerró los ojos e imaginó lo que más le gusta en el mundo: jugar al fútbol un día de lluvia. Es que Gonzalo futbolista había revivido como jugador y sobretodo como goleador una tarde lluviosa. Desde ese momento disfrutaba mucho más un partido cuando caía una llovizna que mojaba el césped. Le gusta correr y que las gotas le castiguen el cuerpo. Le encanta tirarse al piso para resbalar sobre el pasto húmedo en la disputa de un balón. En la tarde del renacimiento la lluvia había comenzado a caer ni bien arrancó el segundo tiempo de la final. Gonzalo venía jugando bien pero seguía sin cumplir con la misión que tenía adentro de una cancha: el gol. Porque Gonzalo había nacido para meter goles. Pero ahora se estaba convirtiendo en un goleador que no hacía goles. Durante el partido había tenido dos chances pero Santiago Rodríguez, su marcador en toda la tarde, lo había evitado, con dos salvadas casi milagrosas sobre la línea.Llevaba siete partidos sin gritar un gol. Para ser más exactos seiscientos sesenta y cuatro minutos. Una sequía muy larga para un goleador. Encima el último había sido de penal. Para encontrar uno de jugada había que remontarse al campeonato anterior. En la última fecha, habían sido dos seguidos cuando el equipo ya no jugaba por nada. Por eso cuando el árbitro pitó una infracción a menos de un minuto del final no dudó: ésta es la mía, se juró. No le importó que su marcador, el férreo Rodríguez, se le adosara como un papel secante. Mientras buscaba su lugar en el corazón del área, miró el cielo gris. Las gotas caían pesadamente sobre su cara. Cuando bajó la vista, sintió una recarga de optimismo.Sabía que la pelota iba a venir con mucha rosca, como saliendo del área. El Turco Alí tiraba los centros al punto penal y había que ir a buscarlos ahí. Gonzalo tomó impulso con las dos manos y fue al encuentro de la pelota. Las piernas se parecieron a dos enormes resortes. Se elevó por encima de Rodríguez y la vio venir. Como si tuviera alas o una extraña fuerza antigravedad lo sostuviera en el aire, vio como rivales y compañeros comenzaban a descender. Arqueó el cuerpo y le metió el parietal izquierdo casi con bronca. Todavía en el cielo alcanzó a ver como el arquero de Centenario volaba hacia donde iba el cabezazo. Si bien, el gordo Maduranga se estiró cuan largo no pudo evitar el destino de gol que lleva esa pelota.Mientras la red se sacude, Gonzalo sigue arriba de todos, mirándolos desde un altar.Ahora, como esa tarde, lo invade la felicidad y la piel se le eriza. Pero se siente perturbado por una mirada húmeda que todavía no ve y que viene del tipo que está sentado al lado. Dos ojos, como si fueran espadas, los siente clavados en la sonrisa que tiene dibujada en la cara. Levanta los párpados y no puede discernir, le cuesta darse cuenta. Es que la imagen que tiene frente a sus ojos es la misma que la de 15 años atrás: la incrédula cara de Santiago Rodríguez.

Pabloc

Increíble pero real, tan real como el dolor que sentí ese día

Yo era un discreto jugador de fútbol. Comencé en un potrero y en un potrero terminé. Cada vez que jugué siempre lo hice mal entrenado.
Era diestro y mi pierna izquierda la usaba sólo para caminar o apoyarme porque siempre es bueno tener un palenque donde rascarse. Si alguna vez llegue a jugar fue porque tenía esa rara habilidad que tienen los delanteros oportunos para estar en el lugar y el momento justo, o sea que lo mío, como dicen en el tablón, era ubicación y una pizca, importante por supuesto, de culo u orto como quieran.
Mi carrera como futbolista no pintaba para fracaso, pero a pesar de que insistía e insistía no había jugado en ningún club.
Cuando tenía 17 años y mejor estaba entrenado, el destino puso piedras en mi camino, aunque mejor dicho fueron más que piedras...
Una mañana de sábado, en el potrero de siempre atrás de la municipalidad, vino un pelotazo a la punta izquierda. Llegué antes que todos, levante la cabeza, vi que entraba un compañero por el medio del área. Como no tengo zurda, el recurso del chanfle con la cara externa del pie derecho, o el famoso tres dedos, era la solución para tirar el centro. Todo un gesto de repentización.
Pero no fueron ni tres, ni dos los dedos que impactaron la pelota sino que fue uno solito. Los otros dos, por alguna extraña razón para mi aunque no para la física, se habían frenado debajo de los yuyos. A pesar de todo esto, el centro alcanzó para que un compañero mío entrara sólo y definiera el partido. Pero esto último me lo tuvieron que contar.¿Que había pasado? ¿Por qué me tuvieron que contar el gol? La explicación la encontré camino al hospital.
Al potrero, en donde siempre jugábamos, lo estaba matando la civilización. El avance despiadado y sin control del hombre sobre la madre naturaleza. La construcción de una casa en uno de los vértices se había demorado un tiempo y los yuyos habían escondido los cimientos de lo que sería la futura vivienda. Cimientos que no vi pero sabía que estaban ahí abajo. Cimientos que me provocaron la luxación de dos dedos del pie derecho. Si luxación de dos dedos.
Mi corta etapa como futbolista se había terminado, queda el único consuelo de que a más de ocho años de esa trágica mañana, el potrero se resiste a desaparecer. Todavía se pueden ver a un grupo de chicos todas las tardes jugar un picadito en ese inolvidable lugar.
La casa, aún no la pudieron terminar. Las paredes, apenas levantadas sobre los malditos cimientos, juegan como puntero izquierdo o marcador de punta derecho, según para donde rebote la pelota.

Pabloc
Diciembre del ´96

3 de abril de 2007

Le sucedió a un amigo de un amigo

Era una fría y oscura noche del invierno del 2002. La helada blanqueaba todo a su paso. El reloj marcaba las dos de la madrugada y a esa hora la ruta lucía casi desierta. El único que rompía el silencio y la oscuridad era mi Volkswagen Gacel que venía cubriendo el trayecto Santa Rosa-Bahía Blanca a unos 120 km por hora.
Cuando la pera se me empezó a mover y los dientes a repiquetear me di cuenta que la calefacción había dejado de funcionar. Hice girar la perilla como diez veces pero no había caso, el frío había invadido el interior del Gacel, hasta convertirlo en una heladera. Miré buscando algo con que calentarme. En la guantera encontré una petaca de licor de café al coñac que me cambió el ánimo y me hizo olvidar de la helada.
Le había entrado dos veces a la petaca cuando divisé una luz verde a unos 300 metros. Lo primero que se me vino a la mente fue preguntarme ¿pusieron un semáforo en el medio de la nada?. Pero no, a medida que me acercaba me fui dando cuenta de que era un tipo en la banquina. Como soy de andar mucho en la ruta, siempre que puedo alzo a la gente que precisa que la lleven. Por eso ni bien observé que me hacían seña clavé los frenos. Era el cruce con un camino vecinal que cortaba la ruta. Pensé que sería un paisano de algún puesto que necesitaba llegar a algún lado.
Al bajar el vidrio vi que el tipo, por decirlo de alguna forma, era medio extraño. En realidad era muy petiso y tenía puesto lo que parecía un disfraz. Subió al auto sin decir una palabra. Antes de sacarme todas las dudas que me invadieron le pregunté para dónde iba. Me dijo por lo bajo "para allá". Juro que le entendí "para Acha", así que sin más que decir puse primera y arranqué.
Lo primero que hice fue preguntarle que hacía disfrazado así. Sin mirarme balbuceó: "por el carnaval". Cuando le dije que estábamos en junio, el tipo muy rápido y como para que no levante sospechas me contestó que del carnaval era el disfraz que traía puesto pero que ahora estaba trabajando.
"Entonces venís de un baile de disfraces", pregunté. "Claro, eso. De un baile de disfraces vengo", me respondió.
Le quise convidar de la petaca pero me contestó que cuando trabaja no tomaba alcohol.
De entrada me arrepentí de haberlo subido porque el tipo hablaba poco. Así que después de los primero kilómetros comencé a sacarle algún tema de conversación. Pero me respondía con monosílabos.
Entre las pocas cosas que habló, me dijo que no era de La Pampa pero que hacía unos meses que andaba por la zona luego de estar un tiempo en el norte del país. Conocía a un Francisco en Santa Rosa pero no se acordaba el apellido.
Me preguntó si había oído hablar de un tal Nelson de la Rosa. Según él, era una personalidad que hasta había estado en el programa de Susana Giménez. "A ese petiso lo quiero conocer", comentó.
"Frená, que me bajo acá", me gritó mientras miraba por la ventanilla. "¿Pero no ibas para Acha?", le pregunté. "Sí, lo que pasa es que vi algo que me interesa y me tengo que bajar ya", me contestó.
"Pero estás seguro, mirá que no hay nada y el próximo pueblo está a unos 15 kilómetros", traté de convencerlo. "Si si, frená que me quiero bajar. Dale, dale", me insistió mientras abría la puerta.
"Ma sí. Si te querés bajar, bajate", pensé. Antes de frenar ya se había tirado del auto.
"Pero este tipo está loco". Frené y miré que saltaba el alambrado y se metía al campo. Lo último que escuché fue que iba cantando: "La vaca es un animal, todo forrado de cuero… la vaca es un animal, todo forrado de cuero…".

Pabloc

31 de agosto de 2006

Efecto, o como pegarle a la pelota para engañar al portero

Pueblo chico, infierno grande, y nunca tan bien dicho. Esto que te voy a contar sucedió en un pueblito perdido en el medio de la llanura pampeana. Uno de esos lugares en donde nunca pasa nada y tal vez, esa sea la noticia.
Estaba de paso por La Pampa y el auto dijo basta justo en la entrada de ese pueblo que se llamaba Cayupán. Obligado me tuve que quedar a solucionar el problema mecánico. Era la hora de la siesta. Tenía que esperar que el taller abriera, entonces pensé: uno de los clásicos en un pueblo chico, es un bar o una confitería, donde se juntan a charlar de lo que pasa y también de lo que no pasa. Algunos hablan de los problemas que tienen, de los que no tienen y de los demás, otros intentan arreglar el país, unos pocos hablan de ellos mismos, muchos hablan de todo y todos hablan de fútbol.
Me fui para el primer y único bar que encontré abierto. Era el clásico de todas las siestas en Cayupán: ir al Bar del "Tío Lu", jugar un chinchón o un siete y medio, tomarse algo y opinar de todo, pero por sobre todas las cosas, opinar de fútbol.
Nicanor, cantinero toda su vida, era uno de los personajes en el pueblo. Como único dueño del Bar, estaba siempre en una disyuntiva: le gustaba demasiado jugar a las cartas, pero tenía que atender el boliche. El vicio por jugar había hecho del bar un autoservicio, porque si querías tomar algo, no había nadie que te atendiera. Desde la mesa de chinchón, Nicanor te preguntaba: ¿Qué buscás?. Y te decía que te sirvieras vos mismo.
Es increíble la cantidad de anécdotas que uno se puede enterar una tarde en un pueblo. Según me dijeron, Nicanor tenía arriba del mostrador una lista con la cuenta corriente de los clientes que le debían. Escrita en un papel madera, todo doblado. Algunos, aprovechando una partida de chinchón reñida, se paraban en el mostrador al lado de las anotaciones y se borraban la cuenta como si la hubiesen pagado. Nicanor nunca en su vida dijo nada de esto. "Se hace el distraído. El sabe que hacen eso, pero lo que pierde ahí lo recupera con unos trucos que le enseñaron uno cantineros amigos", me contaron.
Supuestamente le habrían dicho: "Mirá Nicanor, para que te vaya bien en este negocio tenéis que seguir ciertas reglas o trucos, como más te guste llamarlo". Resulta que hay un montón de bebidas que son parecidas, pero que el precio no es el mismo. De ahí que lo que hacía era mezclarlas para rebajarlas, como hacen algunos tamberos "vivos" que rebajan la leche con agua. Entonces en el Bar del "Tío Lu" el whisky era mitad whisky y mitad doble v; las botellas de vino nunca estaban cerradas, porque les ponía vino de la damajuana. Y así con un montón de bebidas más. Pero la gran "diferencia" la hacía con los vasos. Estos tenían la particularidad de empezar con un borde de vidrio fino, pero a medida que se acerca el fondo el gruesor del vidrio aumenta y se achica la capacidad del vaso. Por toda estas cosas y otras, es que Nicanor hacía la vista gorda con la lista de deudores.
La verdad es que llegué al bar en el mejor momento, porque el tema excluyente de ese Sábado 5 de Octubre de 1966 era el clásico local, entre Chumbita y Deporgol, que se jugaba el domingo. Además del partido, de lo que se hablaba era de la contratación de un jugador del que todos hablaban y yo sentado sólo a unos metros de la discusión no podía saber de quien se trataba. Pero tenía la sensación de que hablaban de una persona que yo conocía. Hasta que entró al bar el comisario, Benito Gutierrez y le preguntaron si lo conocía al jugador de fútbol Juan Vicente. A pesar de que el comisario dijo no conocerlo, yo sí que lo conocía y muy bien.
El "Rosca" Vicente o el hombre de los tres nombres, porque se llamaba Juan José Vicente, era muy conocido en la zona de Córdoba y por lo que pude escuchar lo había contratado Chumbita para jugar solamente la final de la liga contra Deporgol. Algo parecido a lo que hizo Boca cuando trajo al delantero del Flamengo de Brasil, Gaucho y a la vieja Reinoso para jugar la final contra el Newell’s del "Loco" Marcelo Bielsa en el año 1991. Pero en Cayupán, esa tarde, nadie lo conocía, sólo eran rumores que habían llegado al pueblo.
"Me dijeron que juega de enganche", dijo un petiso cabezón, mientras repartía las cartas para arrancar otra mano de chinchón.
Nicanor, sentado en la mesa, comentó que era un gran lanzador. "Le pega a la pelota como los dioses!!!", agregó mirando para el mostrador tratando de ver si había alguien a quien atender. Además dijo que le habían llegado comentarios de que le pega con precisión y con una comba increíble. Para afirmar más este comentario, saltó uno con cara de turco y dijo que era impresionante el chanfle que le daba a la pelota con cualquiera de los dos empeines. "Ese vino a robar", exclamó uno que estaba parado relojeandole las cartas a Nicanor.
Como no podía faltar, saltó uno bien diplomático que no se cansaba de decir que había que verlo jugar y después hablar.Nadie sabía porque le decían el Rosca.
La discusión iba subiendo de tono hasta que no aguanté más y les pegué el grito: "El rosca Vicente no puede jugar el domingo".
Se hizo un silencio de sala velatoria, que debe haber durado tres o cuatro segundos. Esperé que todos me miraran y un poco más pausado e impostando la voz les volví a repetir: "Escucharon bien, el ´Rosca´ Vicente no puede jugar mañana".
Algunos me miraron mal, como sapo de otro pozo. Pero como había dicho algo muy importante no dijeron nada, hasta que un enano de gorra me gritó: "¿Y por qué el rosca no puede jugar?"
"Si me pagan un vino les cuento". Y ahí nomás me invitaron a la mesa para que les explique lo del tal "Rosca".
De pronto como quien no quiere la cosa me encontraba siendo el centro de atracción del bar, así que apelando a mi picardía, y mientras me acomodaba en la silla lo miré al enano de gorra que estaba acodado en el mostrador y le dije: "Dos de dulce... ... y un vino, paga el hombre". Nicanor, no dijo nada y enseguida autorizó el pedido. (Vos seguro que no sabés pero dos de dulce significan empanadas de dulce de batata, muy tradicionales en los bares de pueblo).
Espere que todos se acomodaran y comencé a contarles porque "El Rosca" Juan José Vicente no podía jugar ese domingo para Chumbita contra Peporgol.
Sucedió algo extraño con el Rosca, por lo que escuché ustedes no lo conocen. Tengo que decirles que es el mejor tipo que le pega a la pelota. No hay nadie que se le parezca. No tiene un remate muy potente, pero tiene una precisión admirable. Le da una comba a cada remate que engaña a todo el mundo.
Una cosa es que yo les cuente y otra es verlo. Su remate más famoso es la vivorita o el doble efecto. La pelota hace una doble comba que los arqueros quedan desparramados y sin saber que hacer. Un amigo me contó que el secreto esta en los dedos del pie. La verdad es que nadie sabe como hace. Cada vez que le preguntan el "Rosca" siempre contesta la mismo: el viento... fue el viento.
Debe andar por los 35 o 36 años, el último partido lo jugó hace dos semanas en Córdoba, le dio el título a las Guasquitas de Villa María. Venía de jugar en un equipo boliviano. Allí era muy famoso, sobre todo en la Paz. Fue el único tipo que en la altura hacía doblar la pelota, era maravilloso. Para el no había ni presión, ni gravedad, ni altura que lo molestara. Soluciona todo con la zurda mágica que tiene.
Tuve la suerte, me parece, de estar en el último partido del Rosca. Jugaban la final Las Guasquitas y Cuyaso, el partido estaba cero a cero, el "Rosca" estaba en el banco de suplentes, se encuentra en el ocaso de su carrera y una lesión no lo deja ponerse bien físicamente. Aunque la pegada la tenía intacta. Así que el técnico había estado esperando un tiro libre cerca del área para hacerlo entrar, convertir el gol y ganar el título. La cosa es que el partido se terminaba y las Guasquitas tenia 2 jugadores expulsados por simular faltas cerca del área y 6 amonestados por tirarse.
Faltaba jugarse un minuto de los dos que había adicionado el árbitro, cuando un defensor de las Guasquitas rechazó una pelota, picó un delantero, hubo una desatención entre el número dos y "el gato" Amaya, arquero de Cuyaso. Entonces el número nueve se fue solito, hizo la gambeta larga y el arquero lo desestabilizó de un manotazo. En vez de gritar penal, todos miraron al banco de suplentes y gritaron: ¡¡¡El Rosca!!!. ¡¡¡Que entre el Rosca!!! Era el momento esperado por todos. Vicente, tipo conocedor de esto, se levantó del banco de suplentes y como quien va a hacer un mandado se dirigió al área en busca de la pelota.
A pesar de que en el equipo de las guasquitas había un zaguero que se llamaba el Aranda, que le pegaba con un fierro y tenía como 15 o 16 penales pateados y todos convertidos, nadie dudaba de que el penal lo iba a patear el "Rosca".
Un jugador de las Guasquitas se retiró para dejarlo ingresar. La hinchada de las Guasquitas ya festejaba, mientras que la de Cuyaso no lo podía creer y comenzaba a abandonar el estadio.
Era gol seguro, porque a pesar de que en el penal la distancia con el arco es corta, el "Rosca" le daba tanto efecto a la pelota que si uno miraba el penal del arco contrario y el tiro iba esquinado, la pelota salía del arco y cuando parecía que se iba afuera, doblaba y se metía pegadita al palo. Los arqueros se resignaban ante el efecto que le aplicaba a la pelota.
La cosa es que el "Rosca" puso la pelota en el punto penal, retrocedió cuatro pasos y con las manos en la cintura, miró hacia donde estaba el árbitro como diciendole "dale, da orden que no tengo todo el día".
Los jugadores de Cuyaso no se pusieron en el borde del área, resignados se habían amontonado en el círculo central, mirando para el túnel con más ganas de irse a las duchas que quedarse. Mientras los muchachos de las Guasquitas se preparaban para ir a abrazar a su ídolo.
El juez dio la orden y Juan José "El Rosca" Vicente amacó su cuerpo y caminó los cuatro pasos que lo separaban de la pelota.
Yo que lo había visto patear, no noté ninguna diferencia, le entró como siempre lo hacía. Pero el remate esta vez fue al medio del arco, en donde "El Gato" Amaya se había quedado parado como para ver mejor el gol. De ser un espectador de lujo, Amaya vio venir la pelota a media altura, a unos centímetros de su rodilla derecha.
El silencio que había en el estadio se potenció. Nadie podía creer lo que iba a suceder. "El Gato" Amaya le ataja el penal al "Rosca" Vicente.
Los hinchas de las Guasquitas que habían roto el alambrado y entraban corriendo a la cancha a festejar, se frenaron sin saber que hacer. El ídolo que iban a llevar en andas, comenzaba a transformarse en el tipo que les arruinaba la fiesta. Algo había que hacer, si no había festejo tenía que haber un ajusticiamiento para el culpable, por haber errado el penal.
En ese momento "El Gato" Amaya dio un paso para adelante bajó los brazos y tomó la pelota con las dos manos.
Antes de que "El Gato" contenga el penal, ya se había iniciado la cacería del Rosca Vicente, porque se conocía el desenlace de la jugada ante la debilidad del remate.
Yo que debería ser uno de los pocos tipos imparciales que había en la cancha, no podía entender la actitud del Rosca, ya que estaban a punto de desarmarlo a golpes, y él como si no hubiera pasado nada. Se dio vuelta, vio venir el malón e hizo un gesto con las dos manos: Paren, che!!!. Acá no pasa nada. Ya la va a soltar. Esta todo bien, esperen. Ya la va a soltar.
Mientras los jugadores y los hinchas de las guasquitas iban haciendo cola para pegarle al "Rosca" y quebrarle tres costillas, la clavícula, un tobillo, el peroné y la tibia; "El gato" Amaya con la pelota en las manos hizo un paso al costado para esquivar el tumulto e intentó sacar rápido para los compañeros que estaban en la mitad de la cancha.
"¡¡¡Ehhh, pará viejo!!! -fui interrumpido en mi relato por el comisario Gutierrez- Vos dijiste que ´El Rosca´ le había dado el campeonato a las Guasquitas. ¿Cómo puede ser, si le atajaron el Penal?"
Esperen no sean impacientes, dejenmé terminar porque la jugada continuó. "El gato" Amaya, como les conté, intento sacar rápido de sobrepique, como lo hacía siempre. Pero cuando le quiso pegar a la pelota, después del pique en el suelo, no pudo y sólo pateo el aire. Es que el efecto, que le había dado "El Rosca", tomó impulso cuando la pelota picó y se fue mansamente adentro del arco. Fue como si el efecto hubiera estado dormido y el pique en el suelo lo despertara.
Lo que pasó después fue que nadie se había dado cuenta de lo que había pasado. La pelota adentro del arco; el árbitro marcando el centro de la cancha convalidando el gol; los jugadores de Cuyaso no entendían como el penal atajado no era atajado y los hinchas y jugadores de las Guasquitas le seguían pegando al Rosca.
Cuando se dieron cuenta de que habían ganado el campeonato, levantaron al "Rosca" en andas y comenzaron a festejar. A todo esto Juan Jose "El Rosca" Vicente antes de desmayarse a causa de los golpes, solo atinó a preguntar: ¿la soltó? ¿Soltó la pelota?...

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26 de agosto de 2006

Señor, señor ...

Haciendo una ronda alrededor de la parrilla estaban los organizadores con algunos carreristas y algún que otro jockey. Entre vino y anécdotas de épicas carreras, se mesclaban estadísticas de caballos y eternas discusiones sobre cuál fue el más rápido de la zona.
El tano Parisi, contó como se había terminado la mala suerte de Joselo Martín, un domingo a la tarde en la pista del hípico. Joselo siempre tuvo caballos, desde chiquito soñaba con tener un haras de pura sangre, pero la realidad lo había golpeado y a los 55 años había sido dueño sólo de unos zainos piojosos que no ganaban ni corriendo la primera a las 9 de la mañana. La suerte le había jugado una mala pasada después que Anchorena lo llevará hasta su campo y le dijera: “elegí un pura sangre de los que hay acá que te le regalo”. Joselo eligió bien, se quedó con el hijo de un padrillo que había ganado varias en la arena de Palermo y que pintaba como para ser más rápido que su padre.
No lo podía creer, lo cuidó como a ninguno de sus caballos, pero el día del debut y cuando ganaba por un campo, se rompió una pata y con ella los sueños de Joselo.
Parecía que la mala suerte lo perseguía. Además, Joselo era conocido en zona porque todas las discusiones las terminaba apostando dinero en una cuadrera. Sus amigos le decían que parara, que toda charla no podía terminar en una apuesta a una carrera de caballos.
La cosa es que Joselo siempre perdía y su patrimonio se había deteriorado al punto que la mujer no lo aguantó más y lo mando a mudar con sus caballos. Fue ahí, cuando sus amigos decidieron darle una mano.
Todas las semanas se juntaban a comer un asado en el stud donde cuidaban los caballos. Ese día invitaron a otros cuidadores de la zona para que ni bien se arme una discusión, Joselo tenga a quién jugarle unos pesos en una cuadrera.
Antes de que el Manco Díaz tire la carne en la parrilla, ya habían arreglado que el domingo a la tarde en el hípico corrían los caballos de Joselo y el Vasco Echeverría.
Ese domingo la yegua de Joselo, que nunca podía ganar, le sacó tres cuerpo a su rival. Claro que Joselo nunca se enteró que los amigos el sábado a la noche habían arado la pista del lado donde corría el caballo de Echeverría.
Las anécdotas siguieron corriendo como el vino tinto en damajuana. Cuando el asado estaba a punto llegaron como revoloteando, tres señores, que eran señores pero vestían como señoras.
Cuando todos estaban entonados, se armó una especie de fiesta con música de una guitarra que tocaba el Gringo Cuzoni.
“Che petiso, vos tenés que montar mañana, no hoy”, le gritaron a Vázquez, uno de los jockey, mientras se metía a un establo con el rubio más alto de los tres que llegaron más tarde.
A la mañana, el domingo amaneció con tormenta y la llovizna hizo que los organizadores suspendieran las carreras.
Mientras los mismos que habían disfrutado del asado el sábado a la noche desarmaban la cantina, aparecieron de nuevo los tres “señores”, quienes se pusieron también a dar una mano. El rubio agarró un poste, que el día anterior había sido traído por tres personas a la vez, se lo puso al hombro y salió caminando como si no llevara nada. Todos se quedaron con la boca abierta, viendo lo que no podían creer.
El único que no abrió la boca, pero que se cagó hasta las patas, fue el petisoVázquez, quién se arrimó al rubio grandote y dijo: “señor, señor... perdone si anoche le hice doler”.

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El gran simulador

Cuando lo vi no lo podía creer. Habían pasado como 30 o 35 años de la última vez. Después de eso, fue como si la tierra lo hubiese tragado. Nunca más se lo vio por acá. Ni noticias. El tipo había desaparecido después de ser el más famoso del pueblo porque era toda una leyenda en la zona.
La última vez que escuché su nombre fue el viernes pasado cuando pasé por el campito de atrás de la municipalidad, donde está la canchita. Había un grupo de pibes, que no tendrían más de 10 años, jugando un picadito. Yo cruzaba por detrás del arco que da a la calle, distraído, casi sin mirar, cuando escuché a uno de los chicos gritar: “dejate de joder che, ya parecés Botero”. Una sonrisa se me dibujó en la cara y pensé: mirá estos pendejos, como es la gente, la mierda. Si ni siquiera saben quién fue y ni siquiera conocen el nombre completo, pero enseguida: parecés Botero, parecés Botero. Si supieran que el día que Juan José Botero se probó por primera vez en un club pasó desapercibido. Todos lo vieron llegar con un bolso azul en el hombro y una pachorra que se asemejaba a la que uno tiene cuando se levanta de una siesta de dos o tres horas. A decir verdad, estaba un poco excedido de peso, tenía unos cuatro o tal vez cinco kilos de más.
Como siempre sucede en estos casos, no faltó un curioso que codeara a otro y con tono irónico dijera: “mirá el gordito ese” y ahí nomás pegara el grito: “gordo, aflojale a los postres”.
Cuando entró a la cancha, dejó ver algún movimiento interesante con la pelota al pie. Mostró una gambeta y un pique corto que invitaba a soñar, pero sólo eso. Estaba mal físicamente, aunque tenía la ventaja de que era joven.
Al “Zurdo” Nuñez, técnico de Atlético desde hacía 35 años, le gustó como jugaba. Sobre todo si tenemos en cuenta que le dio dos o tres indicaciones en el partido de práctica, y el Zurdo no es hablar con los jugadores que prueba. Pero esta vez y como lo había hecho con el Toni Rodriguez, gran leyenda de Club, le había indicado dos veces que le pegara él en el tiro libre. De ahí que todos los que estaban esa tarde en la práctica pensaron que el técnico había encontrado el jugador que buscaba.
El Zurdo observó con detenimiento cada movimiento de Botero y como dicen ahora, le llenó el ojo. Aunque surgía un problema. El campeonato estaba muy cerca y necesitaba un jugador de experiencia para el puesto de enganche y no podía esperar a que Botero se ponga bien físicamente para jugar los 90 minutos. De ahí que ni bien terminó el picado de prueba lo llamó a parte y comenzó a chamullarle de la vida y de lo importante de tener un trabajo estable para formar una familia. Esta era una de las característica del técnico, como cuando le tocó comunicarle al Patón Suarez que no lo iba a tener en cuenta. Como no encontraba palabras, decidió escribir en el pizarrón de táctica, la nómina de jugadores que iban a integrar el plantel y dibujar un muñequito que se iba caminando para afuera con el nombre de Suarez.
Tenía esas salidas el Zurdo, una vuelta se quería sacar de encima un puntero derecho, un tal González, que era veloz pero tenía un problema, cada vez que desbordaba se le terminaba la cancha porque jugaba todo el partido mirando el piso y no levantaba nunca la cabeza. Un día estaba en un entrenamiento acomodando los equipos para jugar una práctica y González vino a preguntarle a donde tenía que ponerse, entonces el “Zurdo” le puso la mano izquierda arriba del hombro y mientras con la derecha le señalaba uno de los laterales de la cancha le dijo: “usted va a jugar ... pero del alambrado para allá. Váyase, no lo quiero ver más”, le gritó.
Con estos antecedentes, el Zurdo Nuñez, técnico de Atlético, seguía dialogando con Botero, hasta que en un momento lo miró fijo a los ojos y le dijo: “usted seguramente quiere jugar al fútbol”. Botero asintió con un movimiento de cabeza. Entonces el Zurdo con mucha ironía le dijo: “vea Botero, con la pinta que usted tiene, ¿Por qué no prueba como actor de cine? Le va a ir bien. Fue un placer”.
Botero agachó la cabeza y por un momento pensó en echarlo a la mierda, pero no se animó, prefirió dar media vuelta y alejarse de la cancha. Cuando había hecho tres o cuatro pasos escuchó la voz del Zurdo Nuñez que le gritaba: “Ehhh.. Botero; cuando en Hollywood sea famoso... mándeme un autógrafo... para mis nietos vio”. El “yaya”, como se lo conocía en el barrio, a pesar de que sintió la frase como una estocada por la espalda, ni se inmutó, siguió caminando como si nada hubiera pasado. Hasta que no aguantó más y cuando estuvo a una distancia en la que era inalcanzable, se dio vuelta y le contestó: ¡hijodemilputa, andalaconchatuagüela culiao!.

Los Ranqueles

El pueblo era chico, sólo había dos clubes en donde jugar al fútbol. Así que Juan José Botero fue a probar suerte al Club Los Ranqueles de Cayupán, que ese año comenzaba a armar un equipo.
Sin más pretensiones que la de incursionar en la liga de su zona, el técnico de los Ranqueles dio el visto bueno y Botero consiguió un puesto entre los dieciséis.
El azar quiso que en la primera fecha del campeonato zonal se juegue el clásico que dividía las aguas en Cayupán: Atlético-Los Ranqueles.
El partido se jugó un sábado 8 de septiembre porque el domingo era el día del pueblo y se había programado un festejo grande y nadie se quería perder uno de los dos acontecimientos.
El clásico fue de trámite discreto, de baja calidad técnica y los dos equipos estuvieron muy imprecisos. Caliente por momentos, con dos expulsados en el primer tiempo, uno por cada bando, daba la sensación de que todo se encaminaba para el cero a cero. Hasta que Botero, que había ingresado para jugar los últimos 30 minutos, recibió una pelota dentro del área de espalda al arco de Atlético. La puso debajo del botín derecho, giro el cuerpo y encaró al tosco y grandote Urrieta que como buen vasco bruto le salió al bulto. Fue ahí que el “Yaya”, intentó eludir la marca con una gambeta corta hacia afuera. La pelota paso y Botero cayó al piso trabado por el pie izquierdo del marcador. De lejos pareció penal, aunque de cerca todos dijeron que Botero se tiro encima de la pierna de Urrieta. La última palabra la tuvo el árbitro, quien sin dudar un instante, y a pesar de las protestas de todo Atlético, cobró penal para los Ranqueles.
Por ese penal que le hicieron a Botero, que el gringo Cuzzoni cambió por gol, los Ranqueles se llevaron el clásico. El partido se suspendió a cinco minutos del final porque los hinchas de Atlético, disconformes con el penal cobrado, rompieron el alambrado y se metieron en la cancha.
Clemente Rodriguez, un gallego más bruto que un arado, era el comisario del pueblo y por sobre todo hincha acérrimo de Atlético. Estaba caliente por el resultado, por lo que invocando no se que artículo de una ley que hablaba de disturbios en espectáculos públicos y sin dar muchas explicaciones metió preso a Botero, aunque no hizo lo mismo con el árbitro, ya que los hinchas de Atlético le habían pegado tanto que fue llevado de urgencia al Hospital de Santa Rosa. El comisario Rodríguez consideraba que no había sido penal, y esto había desatado los incidentes, por lo que el incitador de todos los disturbios había sido el jugador de los Ranqueles.
Cuando cayó la noche, los compañeros que lo visitaron en la comisaría se fueron a sus casas. Botero había quedado encerrado dentro de una humeda celda de dos metros por tres. Hasta el Cabo que estaba de guardia abandonó su lugar a las diez de la noche y se fue hasta la cena baile, organizada como antesala del festejo grande por los 75 años que cumplía Cayupán.
Botero sin nada para hacer, intentaba dormir pero no lograba conciliar el sueño. Eran muchas las imágenes que le recorrían la mente y le aparecían fragmentadas como un videoclip. Cerca de la medianoche y justo en el momento en que volvía a acordarse de la abuela del Zurdo Nuñez, sintió una voz. En un primer momento le pareció que venía de la diminuta ventana enrejada, ubicada debajo del catre donde estaba echado. Pero le restó importancia y continuó recordando.
Tenía nuevamente frente a él al vasco Urrieta. ¿Qué hago?. ¿Amago a ir por afuera y engancho para adentro o voy por afuera como hoy a la tarde?. Mientras su mente resolvía las dos alternativas. La misma voz, esta vez un poco más cerca, volvió a escucharse. Rápidamente abrió los ojos y le dio la sensación de oír “parate” o “andate”. No aguantó más y sentandosé en la especie de cama atinó a preguntar: ¿quién anda ahí? Fue en ese momento donde escuchó claramente esa voz, que no se sabía de donde venía, pero que le decía: “Ti-ra-te. La próxima vez tirate. Haceme caso, tirate que vas a llegar lejos”.

Entrenar

Alguien alguna vez dijo que el entrenamiento hace aflorar el talento. Y eso fue lo que hizo Juan José Botero. Una vez que se puso bien físicamente entrenó, entrenó y entrenó para... simular. Lo hizo en todo momento. Fue un artista en el arte de engañar a los árbitros. Había perfeccionado la habilidad innata que traía desde el nacimiento, la de simular que le cometían falta. Era un maestro en esto.
Se quedaba después de los entrenamientos practicando caídas. Tenía hecho un estudio sobre los árbitros. Conocía muy bien con que jueces tenía que gritar cuando se dejaba caer y con quienes no. También si debía sobreactuar o tirarse simplemente. Había identificado a uno que cada vez que se arrojaba al suelo gritando y dando dos o tres vueltas en el piso, le sacaba amarilla al defensor.
Desconcertaba a los jueces porque nunca simulaba golpes sin pelota o pedía faul por agarrones en el área. Siempre que se tiraba era con la pelota en los pies en una gambeta endiablada a un defensor.
Hablaba bien de él el hecho de ser un jugador correcto y callado, que no discutía los fallos y no era de hacer ademanes de protesta, esos que enardecen a algunos árbitros.
Por momentos se olvidaba de la pelota y se concentraba en los pies del defensor que lo marcaba. Tenía la ventaja de que era hábil, rápido y escurridizo. Esto le posibilitaba hacer una de sus jugadas clásicas: adelantaba la pelota un metro, como toreando al defensor. Cuando este la iba a buscar, Botero siempre llegaba antes, la tocaba con la punta del botín y se tiraba sobre la pierna del marcador. Era un malabarista que vendía ilusiones y espejismos, que los árbitros vivían comprando.
Le llevó un tiempo perfeccionar su arte, pero una vez que lo pulió, no había con que darle. Engañaba a propios y extraños. En el apogeo de su carrera, fue capás de tirarse, aún sabiendo que podía quedar mano a mano con el arquero. Prefería que le cobraran falta y no convertir el gol. Tirarse se había convertido en un vicio.
De la mano del Yaya Botero, Cayupán llegó a ganar el campeonato de su zona. El único en toda su historia. Tuvo la suerte que los dos últimos partidos, cuando la fama de que simulaba las infracciones comenzaba a conocerse en la zona, hubo una huelga de árbitros. Esto hizo que vinieran a dirigir jueces de la liga de Bahía Blanca que no conocían al Yaya, por esto, en el partido final hizo expulsar a dos jugadores rivales y amonestar a otros cuatro.
En esa época nadie llevaba estadísticas pero de haberlas llevado uno podría decir, sin temor a equivocarse, que Botero tiene el récord de haber sido el tipo que más jugadores contrarios hizo echar de un campo de juego. Por su culpa o por faltas que le cometieron, Botero “echó” a más jugadores que partidos disputó. De las amarillas que le pusieron a los contrarios por las pseudo faltas, ni hablar, porque fueron muchísimas más.
Además de ser la “estrella” del equipo, el “Yaya” tenía pinta. Por estas dos cosas, la platea femenina lo seguía con mucha atención. La que le ganó a todas en el anticipo, fue la Griselda, una rubia pulposa que lo encandiló con sus curvas y en menos de lo que canta un gallo, le hizo dar el sí frente al cura párroco.
Así como Botero dejó el anonimato y se convirtió en el ídolo del pueblo y la zona en en menos de tres meses, también y de forma muy rápida empezó a ser el tipo más odiado por los defensores rivales, que no podían creer que los árbitros no vieran como se tiraba una y otra vez.
Cayupán comenzó a disputar el torneo Regional, un campeonato importante que clasificaba para el Nacional, y era seguido con atención por toda la provincia y en especial por la prensa.
Después de ganar en el debut ante el Deportivo Solesio, en ese partido Botero hizo expulsar a tres rivales, Cayupán viajó a San Martín para jugar contra Recreativo.
No le dieron tiempo a tirarse, en la primera pelota que recibió, el cinco rival lo planchó de una patada en la rodilla. Mientras se levantaba escuchó que el árbitro le decía: “No se tire Botero, a usted lo tengo junau”.
¿Qué había pasado? Resulta que ese domingo el diario de San Martín había publicado en su portada una nota, que bajo el título “La farsa de Botero. Camara lenta descubre fraude de jugador de fútbol”, decía más o menos esto: “El revolucionario sistema de cámara lenta desenmascaró a la ´estrella´ del equipo de Cayupán. El programa de televisión “Acontecer deportivo” mostró un video en dónde se ve como Juan José Botero, número diez de Cayupán simulaba infracciones que los árbitros cobraban. El video detecto por lo menos 14 jugadas en un mismo partido en donde se puede apreciar como Botero se tira al piso sin que los defensores le cometan infracción”.
Después de conocerse la noticia, Botero jugó hasta finalizar el torneo, algo que nunca debió hacer. Es que los defensores rivales comenzaron a vengarse, hacían cola para pegarle. Todos, absolutamente todos, gozaban de la impunidad que les daba el árbitro.
Y así como se corrió la fama de gran jugador, la de simulador también, el último partido no lo pudo jugar porque estaba expulsado después de protestar una infracción que le habían hecho.
¿Qué cosa peor le podía pasar? Lo que siempre sucede en estos casos. Botero comenzaba a quedarse solo. Los ocasionales amigos lo abandonaron. Andaba errante por el pueblo hasta que una noticia lo terminó de hundir. La Griselda, que había sido muy rápida para conquistarlo cuando todo era color de rosa, volvía a ser rápida: decidía abandonarlo en el peor momento de su carrera y de su vida.
La última vez que se lo había visto a Botero fue un domingo a la salida de la misa. Al poco tiempo que la Griselda lo dejara, el Yaya la fue a buscar para convencerla de que vuelva con él. Una discusión delante de la Iglesia, terminó abruptamente cuando la Griselda lo humilló delante de todos cuando le gritó: “no solo simulé que te quería, sino que simulé del primero al último orgasmo, cada vez que hicimos el amor”.
Después de eso nunca más se lo vió a Botero en el pueblo, hasta hoy. Ahora, estaba sentado en una silla de madera con el cuerpo encorbado y las manos entre las piernas. Tenía la vista puesta en ningún lado, por lo que miraba sin ver. Sobre el escritorio había tres libros, todos escritos durante esa especie de exilio. Cuando me acerque ni siquiera me miró. “Es la perdición de la juventud porque te miente al mostrar una imagen y no la realidad”, me repetió como un loro cuando le pregunté sobre los libros. Durante esa especie de exilio había escrito: “La caja boba”, “La TV y la manipulación” y “Como miente la televisión”, tres ensayos que hablaban sobre los efectos nosivos de ese medio de comunicación.

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Mis dos pasiones

Vos me venís a ver porque hoy se cumple un año. No pibe rajá de acá. Mirá, te lo voy a decir una sola vez, mejor tomátelas porque no voy a hablar, no tengo ganas. Ya se lo dije a tu jefe: no me mandes a nadie, porque no voy a hablar. Además, para qué voy a decir algo, de qué va a servir que yo quiera dar explicaciones ahora después de tanto tiempo, pibe.
No, mejor andate, dale y no me insistas más. Te voy a decir una sola cosa y quiero que te quede bien grabado. El fútbol es el deporte más injusto que hay. Sí, no me mires con esa cara. Así como lo escuchas: es el deporte más injusto. Sino fijate lo que me pasó a mí. Porque todos vienen a preguntarme a mi qué pasó, por qué dije lo que dije. Y sabes una cosa, tengo ganas de que se vayan todos a concha de su madre.
Esto no es justo, por decir la verdad adentro de una cancha de fútbol, me pasó lo que me pasó. La injusticia en su máxima expresión. Cómo hago ahora para aclarar todo esto, quién me va a creer.
Vos estuviste esa tarde en la cancha y le viste la cara de los hinchas de Cayupán, me querían matar, ¿no?. Me contaron que rompieron el alambrado y se metieron a la cancha a buscarme. Yo, que solamente había dicho la verdad, que no tenía nada que ver, si hasta estaba lejos de la jugada. A mí me querían linchar. Estamos todos locos, no puede ser. El “tuerto” Julián andaba con la cuchilla de la carnicería buscándome desesperado. Hasta la chaira había llevado el muy turro.
Te digo que todo esto me lo contaron, porque cuando se armó el despelote, me metieron al vestuario y hasta que no se hizo de noche no salí. Mirá vos, ahora me acuerdo de todo el quilombo que se armó y pensar que lo teníamos todo dominado. El partido ya estaba en el bolsillo, lo único que había que hacer era esperar que corra el reloj. Porque Atlético no nos podía hacer un gol ni jugando todo el día. Eramos campeones del regional. Ahora todos estarían hablando de que otra vez le habíamos ganado el clásico a esos muertos de Atlético. Pero no, tenía que aparecer la intolerancia del árbitro. Que no te quede ninguna duda, la culpa no es mía. La culpa como siempre, la tienen los árbitros, que como nunca han jugado al fútbol, no saben un carajo de nada.
Sí, ya se pibe estoy recaliente, pero que querés que haga todavía me dura. Mirá, vos me conoces bien, sabes o te habrán contado mis dos pasiones: una es jugar al fútbol y la otra, que creo que es la más linda de todas, es la de relatar los partidos. Pero no cualquier partido, a mí me apasiona relatar los partidos que juego.
Jugador-relator contestaba cuando me preguntaban qué quería ser cuando sea grande. Siempre les decía lo mismo: jugador-relator. Había algunos que me decían: Tenés que elegir, no podés ser dos cosas a la vez. Yo no les decía nada, porque nunca hubiesen entendido que las dos pasiones mías, eran una sola. Con mis amigos cada vez que jugábamos un arco contra arco en la calle, con las plantas de acaciabola como palos del arco, elegíamos ser un equipo de fútbol. Entonces cada vez que pateábamos al arco decíamos: “le va a pegar Maradona. Le pegaaa!!. Goooolllll!”. Y así metían goles todos los jugadores de los equipos que elegíamos. Cuando elegía a la Argentina, hasta el Nery Pumpido hacía goles.
En esos tiempos eramos arquero y jugador, porque solamente jugábamos yo y José María, mi vecino. El era medio distraído, me acuerdo que cuando hicieron el cordón cuneta de la vereda, tardó como un tiempo en acordarse de que tenía que tener cuidado cuando se tirara a atajar la pelota. Sabíamos estar dos o tres días sin jugar por los moretones y raspaduras que sé hacía.
Qué tiempos aquellos, mama mía. Soñaba con jugar y relatar un partido como esa final. Un clásico, la tribuna llena, definición de campeonato. La verdad, que se me estaba haciendo realidad lo que había soñado toda la vida. Pero... siempre hay un pero. Que hermosa seria la vida si no existiera el pero. Y que lindo sería el fútbol pero existen árbitros como el Negro Arrieta. Decime la verdad, alguna vez viste un árbitro tan malo. Mal preparado, con un reglamento que no sé de donde mierda lo habrá sacado, el muy puto llegó tarde a todas las jugadas. Si el hijo de mil ese tiene la panza como chinche que va para el techo. Ehh pibe, no pongas esa cara, tengo razón cuando me las agarro con el árbitro.
Será podrido el negro ese me cagó la carrera en Cayupán. Te acordás como venía la definición. Habíamos empatado cero a cero en su cancha. Los teníamos en un arco, todo bajo control hasta que llegó esa jugada, porque era penal, gol y campeonato, vuelta olímpica... pero terminó siendo todo una gran cagada. En el quilombo con el árbitro nos echaron cinco jugadores y el partido se suspendió.
Sabes la bronca que tengo, el campeonato, todo estaba como yo lo había soñado. Ibamos a salir campeones por primera vez. Además, no solo estaba jugando bien, sino que hasta el relato del partido estaba saliendo espectacular. Si hasta el día de hoy me acuerdo. Todavía lo tengo en la mente, todo, las palabras, las imágenes, todo me quedó registrado, si hasta parece que lo estoy viendo y hasta me escucho...
“Se está viviendo un clima impresionante que baja de los cuatro costados del estadio. El partido sigue uno a ceeeroooo, con el golazo mío. Domina ampliamente la cancha Cayupan. Hay olor a gol en el arco de Atlético, pero pasa el peligro.
Vendemos que hay tiempo: Panadería La Flor del Prado, la única que hace la medialuna con la vuelta para otro lado.
Saca el arquero de Cayupan con un fuerte remate que va a caer en el círculo central. Rechaza el turco Hamad, y la pelota me va a caer a mí en la posición de carrilero por derecha, la bajo con el pecho, me le escapo a la marca del chueco Rodríguez, que es mi stopper. Me sale él numero seis... Gran amague de cintura!!! lo dejo desparramado en el suelo. Esto tiene que ser gol, por el arranque de la jugada vio... Me pica en diagonal el tuerto Marconetto y me arrastra las marcas para que me vaya solito pero me freno, veo el hueco y le pongo una pelota bárbara al gringo Cripa, que se va derechito al gol. No... faaauuul ¡¡Te-rri-ble¡¡ la entrada desde atrás del número dos de Atlético, el turco Hamad. Esto, por lo menos es para anaranjada.
Aaahhh!!! Noooo!!!!! Pero, ¿Qué hace el árbitro? Se equivoca el árbitro del encuentro al no cobrar una clara infracción!!!. Pero que está haciendo ahora. Me está sacando una amarilla a mi. Bueno esto hay que decirlo, el árbitro se ha vuelto a equivocar...”. Ahí me sacó la segunda amarrilla y cuándo me estaba por mostrar la roja vino el “Gringo” Cufré y lo durmió de una piña.

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