28 de julio de 2010




INMIGRACION AFRICANA AL “PRIMER MUNDO”

Sueños de libertad


El carrusel de la plaza de la República (Piazza della Repubblica) me atrapó. Como sedado por un poderoso veneno quedé inmóvil. Los caballitos dorados, idénticos, con plumas rojas de vedette en la cabeza son una invitación a subir y quedarse ahí arriba dando vueltas hasta el amanecer. Después del encantamiento inicial de niño, quise fotografiarlo pero la gran cantidad de lámparas encendidas y la noche me hacían repetir la toma una y otra vez. No se por qué me llamó tanto la atención esa calesita que no paraba de girar al ritmo de música de calesita.

Diez minutos antes estuve en la plaza de la Señoría (Piazza della Signoria) contemplando, entre otras maravillas, la estatua de Hércules y Caco y sobretodo la copia del David de Miguel Angel. Había quedado con la boca abierta con la Fuente de Neptuno. Esa que ESPN muestra cuando la Fiorentina juega un partido de Champions League. Ahora, y después de ese regocijo, quería sacarle una foto a esa simple y encantadora calesita. Era tarde y sólo unos turistas paseaban por las calles de la bellísima Florencia, ciudad donde el genio de Miguel Angel dejó una partecita muy grande de su vida artística. Es que, creo, toda su magia creativa y su talento quedó estampado en las paredes y la bóveda de la Capilla Sixtina.

Ya tenía la toma del carrusel cuando escuché que alguien venía corriendo. Antes de que me de vuelta pasó tan rápido como una gacela. No alcancé a verlo. Sentí un tropel de piernas y vi pasar a otro. Dos tipos lo seguían en una persecución que terminó muy cerca, a la vuelta de la esquina. No se como fue pero cuando llegué tenían a uno apretado contra el piso, justo frente a una vidriera de la tienda de alta costura Massimo Dutti.

Los que parecían ser dos policías de civil lo interrogaban. No tenía más de 25 años. Estaba sentado en el cordón de la vereda con las rodillas apoyadas en el pecho. Al pasar alcancé a ver las motas cortas color de la piel y los dientes blanquísimos. Vestía una campera oscura a cuadros azules, jeans y zapatillas deportivas blancas. Lo atraparon porque corrió con algo envuelto en una manta. No quería perder su único capital, su única esperanza de vida. Pero los policías le quitaron todo, lo dejaron sin nada. Sólo con lo puesto. Lo hicieron retroceder al mismo momento en que puso un pie en Italia con sueños de libertad.


La primera vez que los vi fue en Milán, un día después de llegar a Italia y mientras recorría la plaza de la Catedral (Duomo). A la pasada intentaban venderme algo que yo rechazaba. Hasta que uno se me acercó y me puso una pulsera en la mano. Me hablaba en un inglés que yo no entendía por lo que no hubo posibilidad de mantener una charla. Se despidió con una sonrisa y un “Thanks for Africa”, que en ese momento no comprendí el verdadero significado.

Después de unos días recorriendo Italia, veo que están por todos lados. En realidad, en aquellos lugares en donde se apiñan los turistas que por esta tierra son casi todos. Siempre andan en grupos y casi nunca se los ve solos.

También los encontré en Nápoles. Pero ahí tienen demasiada competencia en eso de vender algo para sobrevivir.

En algunas ciudades están más vigilados que en otras pero en todas hay un denominador común: son perseguidos.

Venden, entre otras cosas, carteras, bolsos, anteojos, pulseras y collares. Todo trucho, truchísimo. Esos rubros son los más explotados por los más explotados.

A la pesca


Los inmigrantes devenidos en vendedores ambulantes de Africa “invadieron” Europa. Llegan de Senegal, Sri Lanka, Nigeria, Etiopía o Somalía. Son inmigrantes desesperados, indocumentados. Son discriminados. Y son ilegales cuando al gobierno le conviene porque también, muchas veces, son la mano de obra más barata y “sirven” para ocupar el trabajo que no quiere hacer el trabajador blanco europeo.

Los observé detenidamente en el puerto de Barcelona. Ahí, como en casi todos lados, están “a la pesca”. Colocan en el piso una sábana o lona y le atan cuerdas a las cuatro puntas de la tela. Arriba acomodan prolijamente la mercadería. Carteras, anteojos o relojes, todo imitación de las grandes marcas. Se quedan parados con las cuatro cuerdas en la mano como sosteniendo una caña de pescar. Miran para todos lados. Están atentos, en guardia, como los suricatos. Si alguien ve a un policía, avisa. En un rápido movimiento le pegan un tirón a las cuatro cuerdas y cargan al hombro todas las cosas. Tratan de perderse disimuladamente entre los turistas o directamente correr a salvarse.

Son reacios a hablar de su vida. Tienen motivos de sobra para ser desconfiados.

“Estos tipos si que se juegan la vida”, me explica Mario, un amigo santarroseño, poeta y periodista que vive en Barcelona.

Emigran por motivos económicos, políticos o religiosos, no importa. Huyen de la pobreza y la guerra. En el fondo creo que buscan ser un poco más libres pero la realidad del primer mundo los golpea tanto o más que en su propia patria.

Hay toda una mafia detrás de la inmigración africana a Europa. Deben pagar una fortuna que no poseen para arriesgar el pellejo y tener la posibilidad de subir a una barcaza que los lleve, en un “viaje de la esperanza”, desde la costa de Africa a Europa. Puede ser de Libia a Sicilia o de Marruecos a las islas Canarias. Rutas, un recorrido donde las posibilidades de tener éxito son escasas. Si bien algunos logran sortear ese cruce muchos se ahogan en ese intento desesperado. Los que tienen la dosis de fortuna para llegar al otro lado pueden quedar endeudados con el mafioso que los ayudó a salir de su tierra. Esa deuda la pagan siendo esclavos modernos: tienen que trabajar para su amo vendiendo baratijas mientras son perseguidos por leyes que consideran delincuente a un inmigrante. Y el que no debe también vende para sobrevivir. Porque de eso se trata, de subsistir.

El bien más preciado son los “papeles”, esos que tardan años en llegar. El sueño es ser un inmigrante legal para ser un poco más libres. Trabajar para poder mandar algún euro a su familia que quedó en Africa.

Pasan horas y horas en la calle. No hay ninguna posibilidad de alquilar un departamento o una casa. Si trabajan pueden aspirar a pagar la cama cucheta de una pieza compartida con cinco, seis o más compatriotas.

Después de tres días en Bergamo en la casa de unos amigos, había salido a “recorrer” la bella Italia y una de las ciudades más sorprendentes: Florencia. Al pasar frente al inmigrante que tenían detenido, apagué el flash y le disparé, apurado y nervioso, dos fotos. Seguí caminado rumbo al hotel sin dejar de pensar en esta dosis de primer mundo que había recibido.

Era mi primera noche en la ciudad de Miguel Angel. La reserva del Ostello (hotel) la había hecho desde Argentina por internet, sin saber con qué me iba a encontrar. En medio de la oscuridad me desperté. Estaba en una pieza rodeado de ocho camas. Un rosarino, estudiante de pintura; dos pibas chilenas que terminaban un curso de italiano y un japonés trotamundos. Todos dormían. Casi sin hacer ruido me levanté. Salí a la calle y apurando el paso crucé uno de los puentes del río Arno. Caminé y de ratos corrí hasta la plaza de la República pero llegué tarde. Luces apagadas y ninguna música. La calesita había dejado de girar.


22 de enero de 2010

La cábala

- Pero porque mejor no vamos nosotros. Me estoy cagando de frío- le pidió el Pacu al Negro mientras se frotaba las manos y le echaba aliento a los dedos tratando de que no se le congelen.
- Ya te lo expliqué por teléfono. Giovanni va a venir. Me lo prometió. Además, sin él no podemos hacer nada- le contestó el Negro mirando hacia la esquina por dónde esperaba que llegara su amigo.
- ¿No lo conocés todavía? No va a venir - insistió-. Si la novia no lo deja venir y él le hace caso ¡Es un boludo!- rezongó el Pacu pegando dos o tres saltos cortitos, ahora con las manos en los bolsillos de la campera. El Negro se acomodó el flequillo con la mano derecha y lo miró como para contestarle pero no le salió nada. Es que en el fondo el Pacu tenía razón. A Giovanni la novia lo tenía re dominado y no iba a ser la primera vez que los dejaba plantados. Pero enseguida recordó el motivo por el cual estaban a las 8 de la mañana en la entrada de la biblioteca.
- Si no viene te juro que lo mato- exageró el Negro meneando la cabeza de un lado para el otro.
- Parece que este año va a ver un crimen menos. Ahí viene el pajero- dijo el Pacu señalando con el mentón hacia la plaza.
Giovanni cruzaba la plaza en dirección a la biblioteca. Traía puesto un sacón marrón y una bufanda le cubría el cuello y la mitad de la cara. Cortó camino pisando un cantero. Esquivó unos rosales y llegó a la vereda. Cuando cruzaba la calle, el Pacu le gritó:
- ¡Gio! ¿es cierto lo que me contó el Negro?
- Yo no dije nada- se atajó el Negro.
- No se que te habrá contado. Pero seguro que es mentira- gritó Giovanni apurando el paso.
- Mirá, yo al Negro le creo- le dijo el Pacu mientras lo abrazaba y le pegaba unas palmadas en la espalda.
- ¿Y que te dijo el cornudo este?- lo interrogó.
- Que te cepillas a la bibliotecaria.
- ¡Pero que hijo de puta que sos Negro! La vieja esa tiene más años que un terreno.
- ¿Y eso que tiene que ver?-se río el Pacu-. El Negro dice que te haces tirar la goma por la vieja a cambio de ayudarle a clasificar los libros y revistas que van llegando a la biblioteca.
- Pero no seas boludo- lo cortó Giovanni.
- Bueno, déjense de joder -intercedió el Negro-.Vamos adentro que me estoy cagando de frío- los invitó mientras abría la puerta de la biblioteca.
- ¡Adelante!- les dijo estirando el sonido de la letra a, sosteniendo la puerta con la mano izquierda, mientras con la derecha les iba tocando el culo a la pasada.
- El que toca culo pija quiere- dijo el Pacu levantando un poco la voz y llevándose por delante a Giovanni.
- ¡Cortenlá un poco, loco! Recién entramos y ya nos van a echar a la mierda. Mejor vayan a la mesa aquella - señaló Giovanni- que voy a preguntarle a la vieja en donde están los diarios.
- Ya que está preguntale también sino quiere tirarme un rato la goma a mi…. bueno, eso
si vos no te ponés celoso- le susurró al oído el Negro.
Giovanni hizo de cuenta que no escuchó nada y se fue a buscar a la bibliotecaria. El Negro y el Pacu se sentaron en una mesa de lectura. Miraban de un lado para otro, escudriñando todo. Sentían que no encajaban en un lugar así. A esa hora de la mañana la biblioteca lucía desierta, sólo había una mujer leyendo un libro en una mesa cerquita de dónde estaban ellos.
- Pacu, decime la verdad -lo miró fijo a los ojos el Negro- ¿Es la primera vez que entrás a una biblioteca? ¿No?.
- Me parece que sí. Por lo menos que yo me acuerde debe ser la primera vez- contestó el Pacu con algo de duda- Ahora, vos ¿a cuántas bibliotecas entraste hijo de puta?
- Pero que vas a comparar- contestó el Negro con tono sobrador mientras levantaba las cejas y movía la cabeza hacia atrás- cuando iba a la primaria fuimos a un viaje de estudio a Buenos Aires y nos llevaron a conocer la biblioteca del Congreso, por ejemplo.
- ¡Pero que hijo de puta que sos!- lo insultó el Pacu moviendo la cabeza de un lado para otro.
Desde donde estaban sentados se lo podía ver a Giovanni charlando animadamente con la bibliotecaria. Una cincuentona acartonada que escondía parte del rostro detrás de unos lentes culo de botella de marcos negros. Tenía siempre el pelo de color negro azabache atado. Lo sostenía con una hebilla plástica también de color oscuro. En el barrio se comentaba que la "vieja" estaba buena. Algo difícil de comprobar ya que la
ropa amplia que se ponía no dejaba ver nada. Usaba siempre pollera hasta los tobillos, blusa y esas camperitas tejidas a mano. El atuendo únicamente lo cambiaba por el delantal azul que se ponía para ir al trabajo.
- ¿Te parece que todo esto va a dar resultado? - se preguntó descreídamente y en voz alta el Pacu jugando con unos folletos de cursos de lectura que estaban sobre la mesa.
- Que se yo. No me hinches las pelotas. No empeces de nuevo- le rezongó el Negro mirándolo fijamente a los ojos-. No se si irá a funcionar pero algo hay que hacer, loco. Esta vez me parece que vamos a necesitar una ayudita del más allá. Si el domingo los putos esos nos ganan la final tenemos que desaparecer- dramatizó.
- Vos ponele que tengas razón, pero yo mucho no creo en las cábalas y todo eso, porque mejor no vamos y lo cagamos bien a trompadas y listo- sentenció convencido-. O lo amenazamos para que no juegue. Eso lo amenazamos- gritó exaltado.
- Pero no seas boludo, Pacu. El Gato Araya es un enfermo de las cábalas. Cree en todas esas cosas. Es un enfermo el tipo, un loco. Si averiguamos que mierda le pasó el día que se comió los tres goles en el clásico cuando atajaba para Centenario lo ponemos al horno.
- ¿Te parece?
- Si, te lo aseguro- le dijo el Negro mientras apoyaba el dedo índice de la mano derecha en los labios y hacía una cruz-. Te lo juro Pacu. Me contaron que el tipo quedó traumado por lo que le pasó. Estuvo como un año sin atajar hasta que lo convencieron para que volviera.
- ¿Y que le habrá pasado?, preguntó el Pacu buscando con la vista puesta en los ojos del Negro una respuesta.
- La verdad que no se. Anduve averiguando por todos lados pero nadie se acuerda de nada. Y los amigos no quieren decir una palabra. El que pudo averiguar algo fue Gio. Le dijeron que fue por una cábala y que en el diario Las Noticias salió algo ese día.
- Capaz que lo violaron el día anterior- dijo el Pacu y soltó una risotada- Y encima le gustó porque al otro día le metieron tres pepas en el orto- completó buscando complicidad con su amigo.
- No creo porque puto se hizo el día que eligió jugar para Centenario- remató el Negro antes de reírse.
- No, hablando en serio Negro: ¿qué cábala le falló al Gato Araya?
- No se, lo único que se es que el puto es bueno en el arco. ¿Viste lo que atajó el otro día?
- Si, sacó todas el hijo de puta. Si no fuera por él hubiéramos ganado fácil.
- La verdad es que yo nunca vi a un arquero atajar tanto en un solo partido. Mirá que fui muchas veces a la cancha pero nunca en mi vida vi una cosa igual.
- Increíble loco. Y eso que ya es un tipo grande. Debe andar cerca de los 40- arriesgó una cifra el Pacu.
- Por eso te digo loco hay que hacer algo ¿Sabés lo que va a hacer aguantar las gastadas? Y lo pesados e insoportables que se van a poner el Jeringa y el Topo- dijo el Negro llevándose las dos manos a la cabeza.
- No, yo pido licencia en el trabajo y me voy a la mierda- contestó el Pacu haciendo movimientos cortitos con la cabeza de un lado para el otro-. Desaparezco loco.
- Claro, vos hacés la fácil. Te podés ir pero yo no puedo, ¡la puta madre que lo parió!- rezongó el Negro golpeando la mesa con el puño cerrado de la mano derecha. El estruendo hizo que todos miraran hacia ellos. El Negro se hizo el distraído moviendo la cabeza como un limpia parabrisas buscando el origen del ruido pero nadie le creyó.
Giovanni aguardaba apoyado en el mostrador que la bibliotecaria le dijera donde estaba la colección de los diarios Las Noticias. Al escuchar el estruendo del puño contra la mesa, hizo seña moviendo la cabeza para atrás como preguntando si pasaba algo. El Negro levantó los hombros y mostró las palmas de las manos como diciendo que no pasaba nada.
- ¿Negro?
- ¿Qué querés Pacu ahora?, le respondió con fastidio el Negro.
- ¿No sentís nada?
- No, ¿qué pasa?
- Me recontra cagué.
- No… pero que hijo de puta que sos. Ahora vas a ver- lo amenazó el Negro mientras se ponía de pié arrastrando las patas de la silla para que el ruido atraiga la atención de la mujer que leía un par de mesas más allá. Cuando la mujer miró, el Negro esbozó una sonrisa y la llamó:
- Señora, señora, ¿puede venir un segundo?
- No seas hijo de puta Negro- le susurró por lo bajo el Pacu.
- Si señora, un segundo nada más. Acá el muchacho tiene una duda y le quiere hacer una pregunta.
El Pacu estaba sentado de espaldas a la mujer y no podía ver que se acercaba. Giró la cabeza y vio que venía. La cara se le transformó. Comenzó a tomar un tono rojizo mientras por lo bajo maldecía y bañaba de insultos al Negro. Cuando la mujer estaba a menos de dos metros arrugó la cara y se detuvo bruscamente. Pegó media vuelta y se volvió a su asiento sin decir nada. Cuando llegó a su lugar lo miró al Negro que todavía estaba parado y con tono muy descortés le dijo: "Que venga él y me pregunte acá". No terminó de decir eso que el Pacu estiró el pie y por debajo de la mesa le metió un puntinazo cortito en la canilla al Negro.
- Vengan vamos para la sección diarios y revistas- los interrumpió Giovanni.
Los tres juntos enfilaron hacia el fondo de la biblioteca. Se dividieron la tarea de búsqueda, la que sólo duró un par de minutos.
- Acá está. Lo encontré- le dijo el Negro al Pacu mientras sacaba el tomo del estante.
- ¡Gio vení, el Negro lo encontró!- gritó ansioso el Pacu haciéndole señas con la mano sin dejar de mirar el tomo que ya tenía entre sus manos el Negro.
- Shhhh boludo, estamos en una biblioteca- lo retó Giovanni.
- Ahhh perdón che -contestó el Pacu buscando complicidad con el Negro-. No levantemos la voz esto es un ámbito… cómo se dice… un ámbito de intelectuales.
- Pero porque no te vas a lavar el culo a la plaza- lo cargó el Pacu.
- Después si querés voy pero ahora vamos a revisar esto- le respondió Giovanni enfilando hacia la mesa de lectura.
- Negro ¿qué buscamos?- preguntó el Pacu.
- El diario del lunes 7 de julio.
- ¿Qué número dijiste?
- El lunes 7.
- Te escupí.
- Por escupidor estás acá conmigo ¡pajero!- le dijo enojado el Negro.
Giovanni dejó el tomo arriba de la mesa. A su lado se acomodaron, ansiosos, el Negro a la derecha y el Pacu a la izquierda. Los tres, parados frente a la mesa, contemplaron por unos segundos el libro. Los movimientos se parecían a los de una ceremonia religiosa. Como si estuvieran venerando un objeto místico.
- Llegó el momento tan esperado- bromeó Giovanni y se inclinó hacia la mesa. Se puso saliva en el dedo índice de su mano derecha y empezó a pasar una a una las páginas de los diarios del mes de julio de hacía 23 años. Al llegar a la edición del lunes 7 de julio vieron en la tapa una enorme foto de los jugadores de Nacional festejando el título que le acababan de ganar a Centenario.
- No puede ser, no está- gritó con bronca y cara de preocupación Giovanni.
- ¿El qué no está?- balbuceó el Pacu
- Alguien arrancó la hoja- volvió a gritar Giovanni.
- ¿Estás seguro?- preguntó el Negro.
- Si boludo, ves que salta de la 19 a la 23. Faltan las páginas 21 y 22- dijo con tono trágico Giovanni.
- Y ahora cómo vamos a saber lo que le pasó al Gato Araya ese día- dijo el Pacu desconsoladamente.
- Nunca lo van a saber- respondió una voz femenina que retumbó en los oídos de Giovanni, el Negro y el Pacu. Cuando se dieron vuelta, la vieron. Parada frente a ellos con su pollera negra hasta los tobillos y la camperita de lana.

El secuestro

Cuando me apuntaron con el revolver no entendía nada. Te juro que me cagué hasta las patas. Eran cerca de las 11 de la noche y tres tipos del tamaño de un ropero, vestidos de negro y con la cara cubierta con un pasamontañas, habían entrado a la pieza de mi hermano a buscarme.
La vieja miraba televisión en el cuarto de al lado. Por suerte el volumen estaba alto y no escuchó nada sino capaz que también se la llevaban a ella o pasaba algo peor...
Y pensar que todo fue por una cábala. Me encontraron ahí porque al otro día se jugaba la final y yo venía cumpliendo con la promesa de acostarme bien temprano. Es que la noche anterior a los octavos de final me había recostado en la cama de mi hermano a leer unos recortes del diario y me había quedado dormido. Lo que son las casualidades, me fui a ese lugar a pasar el rato porque la vieja estaba cocinando y no quería tener ese olor a comida que se pega en la ropa y deja una baranda que mama mía.
Cuando me desperté eran como las cuatro de la mañana y no me dieron ganas salir. Como ese domingo le ganamos a Sarmiento, lo adopté como cábala: acostarme vestido y bien temprano en la pieza de mi hermano José.
No vayas a creer que fue fácil convencerlo de que me dejara seguir haciendo eso. El siempre se va al sobre temprano. Se cuida el guacho, aunque pensándolo bien tampoco le cuesta mucho porque no es de salir. Dice que no le gusta la noche. Mejor porque un jugador de fútbol de su calibre se tiene que cuidar y más todavía si juega en el verde. Ese día fue a la pieza y me encontró re dormido en su cama. Me dejó y se acostó en mi pieza.
A mí me costaba demasiado cumplir con la promesa pero pensaba en la recompensa y bien valía esa especie de sacrificio. Cuando la tarde del sábado le hacía lugar a la noche yo siempre andaba vagueando por ahí. Le esquivaba la vuelta a la casa pero al final siempre volvía.
Pobre... la que no entendía nada era la vieja. Acostumbrada a que desde los 15 o 16 años no había sábado que no saliera, ahora con 28, la mama no lo podía creer que me quedara con ella un sábado a la noche. "Julito, que bicho te picó a vos... en que andarás", me decía. Yo le respondía con evasivas, no vaya a ser cosa que por contar la cábala se vaya todo el carajo, pensaba.
Como no tenía sueño, no pegaba un ojo hasta pasada la medianoche. Hasta me perdía los bailes del club pero la cuestión era estar acostado y cumplir a rajatabla con la promesa.
Por eso, cuando los tres tipos entraron yo estaba despierto pero actuaron muy rápido y no me dieron tiempo de hacer nada. Me pusieron una capucha en la cabeza y me sacaron por el patio de atrás. Sin decir una palabra me subieron a un auto y arrancaron. Por el ruido me di cuenta enseguida de que era un Falcon.
Te juro que por un momento me hice la película. Me acordé del Daniel, cuando contaba como los milicos secuestraban gente para hacerla desaparecer. Me agarró un julepe bárbaro.
Pero la verdad que lo que más lamentaba de todo era perderme la final. Después de todo el sacrificio que habíamos hecho para estar ahí, yo me la iba a perder. Te juro que era lo único que me molestaba. Si hasta los tipos que me habían secuestrado me venían tratando bien.
Como a los diez o quince minutos de andar arriba del auto, el que estaba a mi derecha me dijo que me quedara piola. Me acuerdo como si fuera ahora. Me apoyó el caño del revólver en el pecho y me gritó: "Fiera, esto es por un rato nada más, portate bien". No dije ni una palabra. Todavía no había caído. No me daba cuenta de lo que estaba pasando porque seguía pensando en ese partido que se jugaba al día siguiente.
De pronto, siento que frenamos y entramos con el auto a un garaje. Me bajaron y me metieron a una húmeda y fría pieza. Me ataron las manos y los pies. De un empujón terminé arriba de un maloliente colchón de lana que estaba tirado en el piso.
Escuché que uno de los secuestradores dijo que ahora había que esperar. Antes de que cerraran la puerta de la habitación uno se preguntó si habían hecho bien en secuestrarme, sino era mucho.
Cuando me di cuenta de que había quedado solo comencé a preguntarme por qué mierda me habían secuestrado. El bocho me iba mil tratando de buscar una respuesta a ese interrogante. Era la primera vez que vivía algo así. Cuando uno está en una situación límite es cuando mejor se conoce. Aparece el verdadero ser. Y la forma de actuar en esos momentos nos muestra una radiografía de quienes somos realmente. Ahí me di cuenta de que estaba enfermo de fútbol. Llegué a pensar que si me había llegado el momento de morir que fuera después del partido que se jugaba en las horas siguientes. Que si los tipos que me tenían secuestrados se apiadaban de mí y me concedían un deseo yo iba a elegir morir después del partido. Sea cual fuera el resultado. Si ganábamos la muerte me iba a encontrar feliz: ver al verde campeón con mi hermano en la cancha. Si perdíamos la tristeza me iba a invadir y no iba a poder soportar ese desencanto.
Con el correr de las horas me intranquilicé. Pensaba de dónde serán estos tipos que no prenden la radio. De qué planeta son que no les interesa la final que está a punto de jugarse. Las esperanzas se me estaban yendo cuando escuché el sonido inconfundible de una trasmisión deportiva por radio. No sabés el alivio que sentí. Me vino el alma al cuerpo. Si no podía estar en la cancha por lo menos lo iba a escuchar. Yo se que no tiene comparación, pero me contentaba pensando que peor era nada. El sonido que entraba por debajo de la puerta y que penetraba en la habitación me hacía el tipo más feliz del mundo.
Escuché que el relator preguntaba si los equipos estaban en el túnel y no pude dejar de imaginar el ritual de todos los domingos. Estar colgado del para-avalanchas, sostenido con los trapos, cantando y gritando por el verde tapado por los papelitos. Recibiendo al equipo como se merece. Para que los jugadores se den cuenta que uno está con ellos a muerte aunque después vayan cinco minutos y uno los empiece a putear porque no van ni para atrás. Pero ese es otro tema, lo importante es el recibimiento. Creo que ese es el momento de la hinchada cuando el partido queda en un segundo plano y todas las miradas se concentran en las tribunas.
Cuando mi equipo entró a la cancha casi se escapa un grito de aliento pero me contuve. Enseguida los jugadores de Deportivo pisaron el campo de juego. Fue ahí cuando escuché, como una si fuera una estocada, un "vamos Depo viejo nomás". No lo podía creer, si algo faltaba era que los secuestradores sean hinchas del Deportivo.
A esa altura estaba tan embalado con el partido que no me detuve a pensar en las consecuencias que podía tener ese lamentable dato que acaba de enterarme. Traté de agudizar el oído y concentrarme en el sonido de la radio.
Cuando el periodista que está en el campo de juego dio la formación del verde, que yo la sabía de memoria, sentí claramente que uno de los secuestradores murmuraba algo. Un ruido a radio pegando contra la pared hizo que la trasmisión se dejara de escuchar. Enseguida sonó un celular. Dos segundos después sentí un tropel de piernas y la puerta que se abría de par en par. Yo seguía con la capucha en la cabeza pero me di cuenta de que los tipos me estaban clavando la mirada. Seguramente con la boca abierta sin entender nada de lo que pasaba. Se hizo un silencio sepulcral. Fue en ese momento en que comencé a darme cuenta de todo y no pude contener la risa. Me brotaba a borbotones. No podía dejar de soltar carcajadas. No había dicho nada desde que me habían secuestrado y ahora me reía como para el campeonato del mundo.
- Ustedes son todos unos cabezones -les dije sin parar de reír-, en este instante mi hermano gemelo les está rompiendo el culo a esos putos de Deportivo.

21 de enero de 2010

El otro lado

El vagón de segunda clase está casi vacío. Santiago vuelve a hacer un bollo el pullover y lo coloca entre el asiento y la ventanilla. El insoportable ruido de las ruedas de acero contra los rieles y lo incómodo del lugar, hacen que no pueda pegar un ojo. El niño que le tocaba el pelo por sobre el respaldo hace dos paradas que se bajó. También lo hizo la madre, con la que había discutido cuando le pidió que le dijera al nene que no moleste más. A su lado, una persona está en otro mundo: duerme plácidamente desde hace varias horas. Lo mira de reojo, una y otra vez. Con un poco de envidia se pregunta cómo hace este tipo para dormir si hay ruido, los asientos son duros y, encima, no se reclinan. Por suerte, no hay nadie sentado enfrente entonces puede estirar las piernas y recostarse sobre la ventanilla para conciliar el sueño. En eso estaba Santiago cuando su mente retrocedió 15 años, al instante mismo en que Gutierrez se eleva delante suyo y queda ahí, suspendido para siempre para toda la eternidad. De pronto como en un flash aparece en primer plano, redonda, toda embarrada. Está a punto de ser impactada por el botín derecho del Turco Alí. Sale despedida y en cámara lenta va girando sobre su eje. Desparrama gotas de barro. Va en un viaje sin retorno al encuentro con Gutierrez, que permanece en el aire, esperando que llegue. En un solo movimiento Gutierrez arquea el cuerpo, mira el centro de la cancha y vuelve a mirar el arco. "Nooo...nooo...", balbucea Santiago entredormido. Tiene los ojos cerrados pero ve, recuerda cada detalle. Se le nota en cada gesto. Y como esa tarde, ahora quiere que no sea cierto. Cierra las manos y aprieta los puños y los dientes, en un acto consciente de saber lo que va a pasar. Quiere saltar pero no puede. Está estaqueado al piso. Se ayuda con las manos, pero es imposible por más que lo intente. Pone excusas. Le echa la culpa a la lluvia que hizo del área un barrial. Una transpiración fría le recorre el cuerpo. Se da cuenta de lo que viene. Piensa en el Señor y todos sus Santos. Maldice una y otra vez pero sabe que por más que rece o le pida a Dios que no sea, el final ya lo conoce. La pelota choca con el parietal izquierdo de Gutierrez. El barro, pegado al cuero, se desprende en un concierto de múltiples gotitas. Gutierrez continua en el aire y los gajos de la número 5 quedan dibujados en la cien y el ojo izquierdo. El esfuerzo del gordo Maduranga parece inútil. Y por más que Santiago quiera hacer trampa en el sueño, el arquero no va a llegar nunca, simplemente porque ese día no llegó a sacar esa pelota que se le metió esquinada contra el palo izquierdo. Y porque tal cual lo reflejó el lunes la Voz del Este, Gutierrez saltó, increíblemente, sólo. Los jugadores de Centenario, con Santiago incluido, se quedaron como estaqueados mirando como el delantero cabeceaba al gol. Mientras Gutierrez, después de cabecear, comienza a descender el sueño se congela. Para la mente y el recuerdo de Santiago, el delantero permanece ahí arriba, levitando por sobre la cabeza de todos. Esa tarde Santiago sufrió la derrota como ninguno. La impotencia y la bronca le habían hecho derramar las primeras lágrimas por una derrota que no tiene consuelo. El pitazo del árbitro marcando el final del partido coincide con el sonido del tren que anuncia la llegada a la estación. El corazón de Santiago late muy rápido, casi a punto de estallar. Tiene los ojos húmedos y las lágrimas le surcan los pómulos. Aferrado a la cuerina del asiento se despierta. Mira de reojo y ve que el tipo sentado a su lado todavía duerme. Lo mira bien y le descubre una sonrisa dibujada en la cara. Ahí se da cuenta: es Gutierrez que está soñando.

16 de marzo de 2009

Venecia: perderse para encontrarla


Un tano sentado en el asiento de al lado hace dos cosas a vez: viaja y trabaja. Es el estereotipo del italiano. Derrocha elegancia con un toque de soberbia por donde se lo mire. Pelo corto un poco parado por un “efecto mojado”; pantalón negro de vestir con finas rayas blancas de tela de este país; impecable camisa blanca y, por supuesto, zapatos italianos que brillan hasta en la oscuridad. Usa unos pequeños lentes para ver los apuntes y tipiar en su computadora portátil que apoya en una mesa.
Viaja de Brescia a Venecia en un tren del estado que partió a horario y llegará a la hora prevista por la empresa estatal Trenitalia. Nadie más lo mira. Nadie lo molesta.
Partí de Bergamo muy temprano. En Brescia cambié de tren y la bella Venecia es mi destino.
El vagón de segunda clase luce impecable y todo funciona de maravillas. Pero a pesar de esta pequeña muestra de eficiencia, lujo, ostentación y de primer mundo me aclaran que hoy Italia, dentro de Europa, es el tercer mundo. Es que los trenes y también otros servicios públicos funcionan pero no tan bien como en otros países de la Unión Europea, llámese Francia, Inglaterra, Alemania y Suiza. Hasta España tiene, por ejemplo, mejores trenes.
Estamos en la Italia rica, la del norte. La tierra que tiene aires separatistas, la que en el fondo quiere ser un país a parte. No ser más Italia y formar algo que llaman Liga Norte (Lega Nord); para tener –dicen-, el Producto Bruto Interno (PBI) más alto de Europa.
Pero también esta parte de la bota es la tierra que más discrimina al inmigrante. La que reniega de su propio sur pobre y tantas veces postergado.
Por la ventanilla se ve el agua azulada del Adriático. También unos barquitos, de varios tamaños, que van a la par del tren como corriendo una carrera a ver quién llega primero. Una voz avisa que se aproxima la estación Venecia Santa Lucia. La tranquilidad del viaje se altera. Es un mundo de gente. La inmensa mayoría son turistas que, como hormigas, salen disparados hacia el puente que cruza uno de los canales principales de la ciudad.
Antes de cruzar miro bien y sólo veo gente y embarcaciones de las más variadas. Busco con la vista y no encuentro ninguno. Después de caminar un buen rato se confirma la sorpresa: en Venecia no hay autos.
Por el Gran Canal van y vienen los vaporetos; el transporte público que los venecianos utilizan igual que nosotros el colectivo.
“Si vas a Venecia perdete”. Es el consejo que sigo. Huyo de los turistas y me pierdo por las calles de la ciudad de los canales. Me pierdo para encontrar y descubrir los secretos de un lugar soñado. Venecia es como en las películas. Parece un gran estudio de cine. Es increíble. Está todo armado, montado para el gozo de los sentidos.
Las más de 100 islas que forman la metrópoli están unidas por puentecitos que son una delicia para la vista.
Abro los ojos bien grandes para poder contemplar tanta belleza. No quiero ni pestañar por miedo a perderme algo.
Las callecitas angostas, las manzanas de todas las medidas. Edificios iguales pero distintos en los detalles y colores. La ciudad de los canales se deja descubrir en cada esquina que también es un puente. El agua aparece por todos lados con su olor y su color.
No tardo mucho en darme cuenta de que en Venecia uno no se puede perder. En cada esquina un cartel con su flecha indica la dirección hacia donde queda la Plaza de San Marcos o el puente del Rialto, dos de los sitios más visitados de la ciudad.
A cada paso los gondoleros y sus góndolas aguardan, pacientes, que algún turista con dinero contrate sus servicios. Para que esa parejita de enamorados cumpla el sueño de pasear en góndola por Venecia. Claro que para dar una vuelta de 20 minutos tendrán que poner unos 100 euros.

Llego a la Piazza San Marcos cerca del mediodía. El inmenso rectángulo atesta de turistas y palomas. El sol enciende los mosaicos bizantinos de la Basílica de San Marcos. El oro incrustado en forma de figuras le da brillo al frente. Cuatro caballos negros se destacan en lo alto.
Camino hacia el mar esquivando, en su gran mayoría, alemanes y japoneses. A la vuelta de la plaza está el famoso Puente de los Suspiros donde todos quieren sacarse una foto. Claro que esta vez se quedarán (también yo) con las ganas. El puente no se ve. Como la mayoría de los edificios históricos de Italia está siendo restaurado. Unos grandes carteles celestes con nubes blancas tapan la construcción que une la famosa prisión con el palacio de los Dux. Una leyenda dice que momentáneamente esto es “el cielo de los suspiros”.
Cansado de caminar me detengo frente al mar. Los gondoleros van y vienen en un recorrido interminable y que, calculo, deben estar cansados de hacer: pasean turistas por debajo de ese cielo artificial.
Sentado en una escalera que desciende hasta el agua que baña las derruidas paredes descubro que Venecia es esto y será por siempre esto. La ciudad no puede crecer para ningún lado más. No puede avanzar. Es una ciudad a la defensiva. El veneciano convive con la amenaza de la inundación que lo quiere sepultar todo.
De vuelta a la estación del tren me choco con un aroma conocido. A un costado, un grupo de turistas hace una ronda frente a un comercio. Comen pizza, de las más variadas, al paso.
Ya de regreso a Bergamo y sentado en el vagón de segunda clase pienso en lo que viene. El viaje seguirá por Florencia, Perugia, Siena, Roma, Nápoles… pero eso será más adelante. Ahora necesito una curandera. Tengo los ojos empachados de tanta Venecia.

Pabloc
Octubre 2008

16 de agosto de 2008

Un día de estos me voy a tirar en el área y el árbitro va a cobrar penal.
Un día de estos me van a hacer un penal y el árbitro lo va a cobrar.
Un día de estos voy a empujar al defensor para cabecear en el área. Voy a hacer el gol y el árbitro no va a cobrar falta.
Un día de estos le voy a pegar una patada en la canilla a un referí. Y le voy a preguntar si le duele tanto como a mi cuando me pegan y no cobra.
Y te juro, que un día de estos voy a volver a hacer un gol.

28 de junio de 2008

Si como dijo Eduardo Galeano el gol es el orgasmo del fútbol, hoy estuve a punto a tener sexo. Pero “la dama más cruel” pegó en el travesaño y picó afuera. Y eso que la traté bien: le hice unos mimos con la derecha y la acaricié con la zurda. Una lástima. Otra vez será.

19 de junio de 2008

Te juro que un día de estos voy a tirar un centro y la voy a colgar de un ángulo.

La despedida

La sobremesa se había extendido más de la cuenta. Sobre el tablón, un cementerio de huesos de cordero, pedazos de pan, botellas vacías, vasos sucios, platos y cubiertos grasientos. Por primera vez en la noche nadie hablaba.
“A que son o y cuarto o menos cuarto” -rompió el silencio el Ñato desde la cabecera que daba a la ventana de la calle. El Ruso, sentado enfrente, achinó los ojos y le preguntó mientras el resto de los presentes lo miró sin entender a dónde quería llegar: “¿Qué decís?”.
- Que tengo una teoría sobre los silencios que se hacen en reuniones como esta -comenzó a explicar el Ñato atrayendo la atención de todos-. Cada vez que se produce un silencio como el de recién si miran el reloj son o y cuarto o menos cuarto. Ahora, por ejemplo, son la una y cuarto, ven-, sentenció con tono casi académico mientras señalaba con el dedo índice de la mano derecha el reloj pulsera que tenía en la izquierda.
- ¿No probaste con ponerla? -le preguntó el Ruso mientras algunos miraban sus relojes.
- Con tu señora a las menos cuarto -contestó rápido el Ñato.
- A la Rusa no le aguantás ni uno -le respondió el Ruso. Esa respuesta hizo que el Teto, bastante cargado ya, pegara un grito: “Eeeeessooooo”.
- Y, ¿qué hacemos? ¿Vamos al boliche? -interrumpió el cruce de palabras el Nico mirando hacia dónde estaban Luis y el Ñato.
- No se... yo no tengo permiso -se atajó Luis mientras se servía el último resto de vino que quedaba en la damajuana. El Ñato lo miró al Nico con cara de no creer lo que acababa de escuchar. Se mordió los labios, señaló a Luis con el mentón y movió la cabeza de un lado para otro.
- Bueno, vamos al boliche -propuso el Ñato alzando la voz para que todos escucharan.
- No tarao, al boliche no. Mejor vamos al cabaret -gritó el Teto poniéndose de pie y levantando el vaso de cerveza por sobre la cabeza como pidiendo un brindis.- Sí, vamos al cabaret. Mi jermu dijo que capaz que salía a dar una vuelta. Si ve los autos en el boliche capaz que se baja. Mejor vamos a visitar a las chicas -opinó el Topo haciendo unos pasos de baile.
- Sí, dale, vamos al cabarulo, que este no fue nunca -arengó el Gordo señalando con la mano hacia donde estaba el Chispa. Si no lo llevamos ahora no va nunca más -aseveró.
El Chispa, desnudo y mojado, los miraba desde la punta de la mesa, al ladito de la parrilla donde todavía quedaban algunas brasas.
- Loco decidan rápido porque hace frío -suplicó temblando como una hoja y tapándose los genitales con las dos manos.
- Jodete por casarte pelotudo -le dijo el Teto y le pegó una cachetada en la nuca.
- ¡Ahora vamos a tener señora todos! ¡Se casa el bolsa de aspas! -gritó a viva voz el Ñato. Eso hizo que dos o tres lo acompañaran con varios alaridos y algún chiflido.
El griterío hizo que el gato negro que estaba al costado de la parrilla se asustara y dejara, por un momento, de comer unos pedazos de carne asada que le había cortado el Ruso.
- Bueno, vamos. ¿Quién viene conmigo? -los invitó el Ñato.
- Fito ¿vos no vas tarao? -le preguntó el Teto.
- No. Me quedo. Tengo que madrugar -respondió el Fito, agachando la cabeza como si sintiera algo de vergüenza.
- Dale tarao, dejate de joder, vamos un rato nada más. Todos tenemos que laburar mañana temprano -insistió el Teto. No, no voy. Vayan ustedes -reiteró con más firmeza esta vez haciendo una seña con la mano.
- Pero dejalo, dejalo -intercedió el Nico. El problema es que no lo dejan…
- Que feo eso, la verdad muy feo… -comentó José desde el otro lado de mesa.
- ¡Che, Fito! -le gritó el Gordo, -cuando llegues a tu casa tirá un cascote arriba del techo… por las dudas viste… así avisas que llegaste -lo cargó.

En el auto del Ruso subieron Nico, Chispa, Teto y José. Con el Ñato iban el Gordo, Luis y el Negro.
Unos 20 minutos más tarde los dos autos estacionaron frente a La Chicho Show. Después de pichulear la entrada con el argumento de que era la despedida de soltero de un amigo los nueve se mandaron adentro.
- Uuuyy, mirá quien está allá -le dijo el Ñato al Gordo señalando para la barra.
- ¿Dónde?, ¿quién? -preguntó apurado mientras cabeceaba buscando a algún conocido.
- El canoso aquel. El pelo blanco. Fijate que es Leslie Nielsen, el de la Pistola Desnuda.
- Es muy buena esa. Es igual, loco.
- Se parece a Boris Yeltsin también.
- Si es parecido. Pero ¿sabés quién es?
- No.
- El viejo Mayona, boludo.
- Pero… ¿qué hace Mayona acá?
- Es cabaretero viejo. Me habían dicho que siempre se daba una vuelta. Dicen que se toma un par de wiskies y se va adobado pa’ las casas.
- Es infernal loco, in-fer-nal- los interrumpió José mirando obnubilado hacia uno de los rincones del cabaret.
- ¿El qué es infernal?- le preguntó el Gordo.
- Eso- le señaló con un movimiento de cabeza.
Una brasilera contorneaba su figura al lado de una máquina que emitía música si se le ponía una moneda de un peso. La negra movía las caderas de un lado para otro revoleando su amplio trasero. Tenía un camisón blanco transparente que dejaba ver un conjunto de ropa interior rojo. Su piel morena brillaba al reflejo de las tenues luces. Era imposible no posar los ojos un rato en su exuberante cuerpo que desbordaba sensualidad. Como lobos hambrientos la rodeaban seis o siete tipos.

El Chispa y el Teto se habían alejado unos metros del grupo. Miraban para todos lados mientras compartían una cerveza.
- Che tarao es cierto que es la primera vez que estás en un cabaret -lo interrogó el Teto.
- Si loco, es la primera vez- respondió el Chispa.
- ¿Y? ¿vas a pasar con una de las chicas? -le preguntó.
- Ni en pedo -negó el Chispa.
- Dale tarao, no te hagas rogar -le suplicó mientras le agarraba el codo-, mirá que el Nico anda diciendo que van a pagarte un pase.
- No, déjense de joder -se enojó el Chispa haciendo un movimiento con el brazo para soltarse.
- Tomá -le dijo el Teto y le apoyó la botella de cerveza en el pecho. Agarrá coraje.
- Vengan loco, vengan. Hagamos una vaquita. Ponemos cinco cada uno y le pagamos un pase al Chispa –los interrumpió entusiasmado el Nico.
- Yo pongo plata si pasa con la viejita esa -contestó el Gordo señalando para dónde había unos sillones de cuerina marrón oscuro.
- Es fehaciente… -dictaminó el Nico.
- ¡Que pedazo de hijo de puta que sos! -replicó el Gordo.
- Ah yo soy el hijo de puta. Y el que se la quiere garchar sos vos -le contestó el Nico.
- No, yo quiero que pase el Chispa -insistió el Gordo.
- Mejor decile que se la chupe. Fijate que no tiene dientes, no le va a raspar -terció el Ruso antes de soltar una carcajada.
- Si es cierto si parece Mamá Cora -la completó el Nico.
- No loco, déjense de joder… -balbuceó el Chispa con la intención de que sus amigos no lo hagan pasar.
- ¡Dejate de joder! Es el regalo de casamiento que te hacen tus amigos. ¿Lo vas a rechazar? -le dijo el Nico con tono amenazante.
-...
- ¡Eeessooooo! -gritó el Teto exaltado a ver que el Chispa no decía nada y parecía que se entregaba a lo que habían decidido entre todos.
- ¿Somos amigos o no somos amigos? -lo interrogó buscando complicidad el Nico a un mudo Chispa.
Antes que pudiera contestar un murmullo atrajo la atención de todos. Como si fuera Isidoro Cañones, el Topo cruzaba la pista abrazado a dos señoritas y se dirigía hacia donde estaba el grupo. Traía a las chicas tomadas de la cintura con una sonrisa de oreja a oreja.
- Chispa, elegí con quién de las dos querés pasar. Elegí, dale, gentileza de tus amigos. Te las presento, ella es Mariela y Cyntia -le dijo el Topo haciéndose el galante y sin dejar de abrazarlas.
El Chispa se puso bordó. Estaba muerto de vergüenza. No levantaba los ojos del piso. No quería ni mirar a las chicas.- Dale, tarao -lo codeó el Teto.
- ¿Les parece? No loco, déjense de joder. Se va a enterar la que te jedi y se va armar un quilombo impresionante- intentó convencer a sus amigos. El Gordo hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y en un rápido movimiento puso la palma de la mano derecha para arriba juntó los cinco dedos y mientras hacía movimientos de arriba para abajo le dijo: “Pero mirá que se va a enterar…no seas pajero. ¿A no ser que vos le cuentes? -le contó mirándolo fijo a los ojos.
- Pero dale, no te hagas rogar pedazo de cornudo-, gritó el Negro.
- Bueno basta -se hizo el enojado el Topo-. Yo me llevo a Mariela, así que tejo en compañía de Cyntia...
- Pará pará pará… yo pagué por ver -los interrumpió Luis, que a esa altura ya estaba muy borracho.
- ¿El qué querés ver vos?- le salió al cruce el Negro.
- A mi amigo el Chispa y a la amiga del Topo. A ellos dos quiero ver- respondió Luis.
- No, dejate de joder Luisito. Mejor vamos a tomar algo- lo convenció rápidamente el Gordo y se lo llevó para la barra.
Los amigos desaparecieron rápidamente del lugar y los dejaron solos. El Chispa estaba incómodo y no sabía que hacer. Se miraba la punta de las zapatillas y no quería levantar la vista. Cyntia, muy canchera en este trámite, se le acercó y comenzó a darle charla hasta que se lo llevó para el fondo.
Después de un rato, la barra de amigos aguardaba expectante el desenlace. Algunos estaban parados y otros tirados en los sillones. Todos esperaban que la puerta se abriera y por ella emergiera la figura del Chispa.- ¿Le pagaron simple o completo? -preguntó el Ñato. ¿Hubo media francesa?
- Simple loco, simple. Nos cobró 30 mangos por un polvo de 15 minutos -rezongó el Teto.
- ¿Y por qué mierda tarda tanto? Ya van 25 minutos sino miré mal el reloj -dijo el Ñato al ver que el Chispa no salía.
- Pero que tarao. A que se puso nervioso el boludo y seguro que no se le para -arriesgó una respuesta el Teto, entre risas.
- Que no sea pajero, sino puede que me deje a mi -suplicó el Ruso.
- Mamita, que ganas de ponerla que hay en el ambiente -comentó el Nico pero sin mirar al Ruso ¿Te cortaron los víveres en tu casa? -preguntó buscando la complicidad de los otros.
- Y sí, la bruja está enojada conmigo. No la puedo tocar ni con una caña de dos metros -admitió el Ruso.
- En serio loco ¡cómo tarda! ¿le habrá pasado algo? -insistió el Ñato con tono de preocupación sobre la suerte que estaba corriendo el Chispa.
- Es la primera vez que viene a un cabaret, es la primera vez que pasa con una mina. Es por eso que tarda, tarao- intentó llevar tranquilidad el Teto.
No había terminado de decirlo cuando el picaporte se movió y enseguida la puerta se entreabrió. El Chispa asomó la cabeza y se quedó en esa posición como espiando. Se alcanzaba a ver que estaba con el torso desnudo. Cuando lo vieron aparecer los amigos estallaron de júbilo, hubo gritos, chiflidos y algún aplauso.
El Chispa fijó la vista en el grupo de amigos, esperó que se haga un poco de silencio y levantando el dedo índice hacia el techo preguntó: “¿Se puede repetir?”.

Pabloc

2 de noviembre de 2007

6 de octubre de 2007

El orgasmo del fútbol


Como dijo Victor Hugo: "Que sea, que sea, que sea...."

Los hay para todos los gustos y de todas las formas posibles. Imaginables, inimaginables, increíbles, iguales, calcados, parecidos, diferentes, importantes, definitorios, decorativos, vergonzosos, tontos, espectaculares, únicos, inimitables, y más.
¿Tienen explicación? Seguro que la tienen. ¿O no? Hace rato que la dejé de buscar. Para mi es como es y cuando no es, no es por más vueltas que le des.
No hay razón que lo explique o por ahí sí y todavía no la se. "Puro azar", dicen unos. "Pura virtud", argumentan otros.
A veces se da porque esquiva todo y otras no porque rebota en algún lado. Puede ser en un pie, una pierna, una mano o en un culo. Cualquier cosa que se interponga en el camino lo impedirá. Otras veces directamente se va por poco o lo que es peor, pega en el palo y se va afuera. Ni siquiera el rebote da una segunda chance, un intento más.
A veces le das de lleno con todo el empeine y no entra. O le pegás con la parte interna para que haga la curva, para que vaya con rosca y cuando pasa el arquero y lo vas a gritar ves que pega en el travesaño y encima pica en la línea y no entra.
Y por ahí, la pifias, le pegás mordido y entra pidiendo permiso. Increíble. Pero es así.
Una pregunta: ¿y si te queda picando en área con el arquero en el piso? ¿Qué haces? ¿Abris el pié y la tocas suave contra el palo o le metés un fierrazo, con los ojos cerrados y los dientes bien apretados? Un consejo. Pegale como quieras o puedas. Va a entrar si tiene que entrar sino "algo" va a pasar para que no sea.

Pabloc

12 de septiembre de 2007

El otro lado II

Cuando Gonzalo Gutierrez subió al tren una extraña sensación le recorrió todo el cuerpo, desde la punta del pie hasta el último pelo de la cabeza. Si alguien, en ese momento, le preguntaba que le pasaba era más que seguro que no iba a tener una explicación razonable para dar. Pero lo que Gonzalo experimentó era un simple presentimiento porque ese lugar le parecía extraño y familiar a la vez. Hacía años que no viajaba en tren y le echó la culpa a eso.Recorrió el vagón de segunda clase hasta encontrar el asiento que le indicaba su boleto. Cuando vio que le había tocado el lado del pasillo no pudo evitar pensar en lo largo del viaje que le esperaba. A su lado una persona parecía dormir con la cabeza apoyada contra la amplia ventanilla y las piernas arriba del asiento de enfrente.Gonzalo no se hizo mucho problema. Se acomodó como pudo entre el apoya brazos, el asiento y el pequeño bolso que llevaba. En esa posición se durmió profundamente sin importarle nada de lo que pasaba a su alrededor. Como a las tres horas se despertó. Ya había amanecido y todavía le quedaba un largo rato arriba de ese tren. Miró por la ventanilla hacia la nada, como buscando algo que le haga pasar el tiempo.La imagen que proyectaban sus ojos era monótona. Los postes de la línea de teléfono pasaban muy rápido, uno detrás de otro, en una secuencia casi infinita. Más allá, campos sembrados y un poco más arriba se divisaba el cielo gris, encapotado.Unas gotas de lluvia pegadas contra el vidrio y el verde de una alfalfa que crecía en un potrero le dispararon la mente. Cerró los ojos e imaginó lo que más le gusta en el mundo: jugar al fútbol un día de lluvia. Es que Gonzalo futbolista había revivido como jugador y sobretodo como goleador una tarde lluviosa. Desde ese momento disfrutaba mucho más un partido cuando caía una llovizna que mojaba el césped. Le gusta correr y que las gotas le castiguen el cuerpo. Le encanta tirarse al piso para resbalar sobre el pasto húmedo en la disputa de un balón. En la tarde del renacimiento la lluvia había comenzado a caer ni bien arrancó el segundo tiempo de la final. Gonzalo venía jugando bien pero seguía sin cumplir con la misión que tenía adentro de una cancha: el gol. Porque Gonzalo había nacido para meter goles. Pero ahora se estaba convirtiendo en un goleador que no hacía goles. Durante el partido había tenido dos chances pero Santiago Rodríguez, su marcador en toda la tarde, lo había evitado, con dos salvadas casi milagrosas sobre la línea.Llevaba siete partidos sin gritar un gol. Para ser más exactos seiscientos sesenta y cuatro minutos. Una sequía muy larga para un goleador. Encima el último había sido de penal. Para encontrar uno de jugada había que remontarse al campeonato anterior. En la última fecha, habían sido dos seguidos cuando el equipo ya no jugaba por nada. Por eso cuando el árbitro pitó una infracción a menos de un minuto del final no dudó: ésta es la mía, se juró. No le importó que su marcador, el férreo Rodríguez, se le adosara como un papel secante. Mientras buscaba su lugar en el corazón del área, miró el cielo gris. Las gotas caían pesadamente sobre su cara. Cuando bajó la vista, sintió una recarga de optimismo.Sabía que la pelota iba a venir con mucha rosca, como saliendo del área. El Turco Alí tiraba los centros al punto penal y había que ir a buscarlos ahí. Gonzalo tomó impulso con las dos manos y fue al encuentro de la pelota. Las piernas se parecieron a dos enormes resortes. Se elevó por encima de Rodríguez y la vio venir. Como si tuviera alas o una extraña fuerza antigravedad lo sostuviera en el aire, vio como rivales y compañeros comenzaban a descender. Arqueó el cuerpo y le metió el parietal izquierdo casi con bronca. Todavía en el cielo alcanzó a ver como el arquero de Centenario volaba hacia donde iba el cabezazo. Si bien, el gordo Maduranga se estiró cuan largo no pudo evitar el destino de gol que lleva esa pelota.Mientras la red se sacude, Gonzalo sigue arriba de todos, mirándolos desde un altar.Ahora, como esa tarde, lo invade la felicidad y la piel se le eriza. Pero se siente perturbado por una mirada húmeda que todavía no ve y que viene del tipo que está sentado al lado. Dos ojos, como si fueran espadas, los siente clavados en la sonrisa que tiene dibujada en la cara. Levanta los párpados y no puede discernir, le cuesta darse cuenta. Es que la imagen que tiene frente a sus ojos es la misma que la de 15 años atrás: la incrédula cara de Santiago Rodríguez.

Pabloc

Increíble pero real, tan real como el dolor que sentí ese día

Yo era un discreto jugador de fútbol. Comencé en un potrero y en un potrero terminé. Cada vez que jugué siempre lo hice mal entrenado.
Era diestro y mi pierna izquierda la usaba sólo para caminar o apoyarme porque siempre es bueno tener un palenque donde rascarse. Si alguna vez llegue a jugar fue porque tenía esa rara habilidad que tienen los delanteros oportunos para estar en el lugar y el momento justo, o sea que lo mío, como dicen en el tablón, era ubicación y una pizca, importante por supuesto, de culo u orto como quieran.
Mi carrera como futbolista no pintaba para fracaso, pero a pesar de que insistía e insistía no había jugado en ningún club.
Cuando tenía 17 años y mejor estaba entrenado, el destino puso piedras en mi camino, aunque mejor dicho fueron más que piedras...
Una mañana de sábado, en el potrero de siempre atrás de la municipalidad, vino un pelotazo a la punta izquierda. Llegué antes que todos, levante la cabeza, vi que entraba un compañero por el medio del área. Como no tengo zurda, el recurso del chanfle con la cara externa del pie derecho, o el famoso tres dedos, era la solución para tirar el centro. Todo un gesto de repentización.
Pero no fueron ni tres, ni dos los dedos que impactaron la pelota sino que fue uno solito. Los otros dos, por alguna extraña razón para mi aunque no para la física, se habían frenado debajo de los yuyos. A pesar de todo esto, el centro alcanzó para que un compañero mío entrara sólo y definiera el partido. Pero esto último me lo tuvieron que contar.¿Que había pasado? ¿Por qué me tuvieron que contar el gol? La explicación la encontré camino al hospital.
Al potrero, en donde siempre jugábamos, lo estaba matando la civilización. El avance despiadado y sin control del hombre sobre la madre naturaleza. La construcción de una casa en uno de los vértices se había demorado un tiempo y los yuyos habían escondido los cimientos de lo que sería la futura vivienda. Cimientos que no vi pero sabía que estaban ahí abajo. Cimientos que me provocaron la luxación de dos dedos del pie derecho. Si luxación de dos dedos.
Mi corta etapa como futbolista se había terminado, queda el único consuelo de que a más de ocho años de esa trágica mañana, el potrero se resiste a desaparecer. Todavía se pueden ver a un grupo de chicos todas las tardes jugar un picadito en ese inolvidable lugar.
La casa, aún no la pudieron terminar. Las paredes, apenas levantadas sobre los malditos cimientos, juegan como puntero izquierdo o marcador de punta derecho, según para donde rebote la pelota.

Pabloc
Diciembre del ´96

3 de abril de 2007

Le sucedió a un amigo de un amigo

Era una fría y oscura noche del invierno del 2002. La helada blanqueaba todo a su paso. El reloj marcaba las dos de la madrugada y a esa hora la ruta lucía casi desierta. El único que rompía el silencio y la oscuridad era mi Volkswagen Gacel que venía cubriendo el trayecto Santa Rosa-Bahía Blanca a unos 120 km por hora.
Cuando la pera se me empezó a mover y los dientes a repiquetear me di cuenta que la calefacción había dejado de funcionar. Hice girar la perilla como diez veces pero no había caso, el frío había invadido el interior del Gacel, hasta convertirlo en una heladera. Miré buscando algo con que calentarme. En la guantera encontré una petaca de licor de café al coñac que me cambió el ánimo y me hizo olvidar de la helada.
Le había entrado dos veces a la petaca cuando divisé una luz verde a unos 300 metros. Lo primero que se me vino a la mente fue preguntarme ¿pusieron un semáforo en el medio de la nada?. Pero no, a medida que me acercaba me fui dando cuenta de que era un tipo en la banquina. Como soy de andar mucho en la ruta, siempre que puedo alzo a la gente que precisa que la lleven. Por eso ni bien observé que me hacían seña clavé los frenos. Era el cruce con un camino vecinal que cortaba la ruta. Pensé que sería un paisano de algún puesto que necesitaba llegar a algún lado.
Al bajar el vidrio vi que el tipo, por decirlo de alguna forma, era medio extraño. En realidad era muy petiso y tenía puesto lo que parecía un disfraz. Subió al auto sin decir una palabra. Antes de sacarme todas las dudas que me invadieron le pregunté para dónde iba. Me dijo por lo bajo "para allá". Juro que le entendí "para Acha", así que sin más que decir puse primera y arranqué.
Lo primero que hice fue preguntarle que hacía disfrazado así. Sin mirarme balbuceó: "por el carnaval". Cuando le dije que estábamos en junio, el tipo muy rápido y como para que no levante sospechas me contestó que del carnaval era el disfraz que traía puesto pero que ahora estaba trabajando.
"Entonces venís de un baile de disfraces", pregunté. "Claro, eso. De un baile de disfraces vengo", me respondió.
Le quise convidar de la petaca pero me contestó que cuando trabaja no tomaba alcohol.
De entrada me arrepentí de haberlo subido porque el tipo hablaba poco. Así que después de los primero kilómetros comencé a sacarle algún tema de conversación. Pero me respondía con monosílabos.
Entre las pocas cosas que habló, me dijo que no era de La Pampa pero que hacía unos meses que andaba por la zona luego de estar un tiempo en el norte del país. Conocía a un Francisco en Santa Rosa pero no se acordaba el apellido.
Me preguntó si había oído hablar de un tal Nelson de la Rosa. Según él, era una personalidad que hasta había estado en el programa de Susana Giménez. "A ese petiso lo quiero conocer", comentó.
"Frená, que me bajo acá", me gritó mientras miraba por la ventanilla. "¿Pero no ibas para Acha?", le pregunté. "Sí, lo que pasa es que vi algo que me interesa y me tengo que bajar ya", me contestó.
"Pero estás seguro, mirá que no hay nada y el próximo pueblo está a unos 15 kilómetros", traté de convencerlo. "Si si, frená que me quiero bajar. Dale, dale", me insistió mientras abría la puerta.
"Ma sí. Si te querés bajar, bajate", pensé. Antes de frenar ya se había tirado del auto.
"Pero este tipo está loco". Frené y miré que saltaba el alambrado y se metía al campo. Lo último que escuché fue que iba cantando: "La vaca es un animal, todo forrado de cuero… la vaca es un animal, todo forrado de cuero…".

Pabloc

31 de agosto de 2006

Efecto, o como pegarle a la pelota para engañar al portero

Pueblo chico, infierno grande, y nunca tan bien dicho. Esto que te voy a contar sucedió en un pueblito perdido en el medio de la llanura pampeana. Uno de esos lugares en donde nunca pasa nada y tal vez, esa sea la noticia.
Estaba de paso por La Pampa y el auto dijo basta justo en la entrada de ese pueblo que se llamaba Cayupán. Obligado me tuve que quedar a solucionar el problema mecánico. Era la hora de la siesta. Tenía que esperar que el taller abriera, entonces pensé: uno de los clásicos en un pueblo chico, es un bar o una confitería, donde se juntan a charlar de lo que pasa y también de lo que no pasa. Algunos hablan de los problemas que tienen, de los que no tienen y de los demás, otros intentan arreglar el país, unos pocos hablan de ellos mismos, muchos hablan de todo y todos hablan de fútbol.
Me fui para el primer y único bar que encontré abierto. Era el clásico de todas las siestas en Cayupán: ir al Bar del "Tío Lu", jugar un chinchón o un siete y medio, tomarse algo y opinar de todo, pero por sobre todas las cosas, opinar de fútbol.
Nicanor, cantinero toda su vida, era uno de los personajes en el pueblo. Como único dueño del Bar, estaba siempre en una disyuntiva: le gustaba demasiado jugar a las cartas, pero tenía que atender el boliche. El vicio por jugar había hecho del bar un autoservicio, porque si querías tomar algo, no había nadie que te atendiera. Desde la mesa de chinchón, Nicanor te preguntaba: ¿Qué buscás?. Y te decía que te sirvieras vos mismo.
Es increíble la cantidad de anécdotas que uno se puede enterar una tarde en un pueblo. Según me dijeron, Nicanor tenía arriba del mostrador una lista con la cuenta corriente de los clientes que le debían. Escrita en un papel madera, todo doblado. Algunos, aprovechando una partida de chinchón reñida, se paraban en el mostrador al lado de las anotaciones y se borraban la cuenta como si la hubiesen pagado. Nicanor nunca en su vida dijo nada de esto. "Se hace el distraído. El sabe que hacen eso, pero lo que pierde ahí lo recupera con unos trucos que le enseñaron uno cantineros amigos", me contaron.
Supuestamente le habrían dicho: "Mirá Nicanor, para que te vaya bien en este negocio tenéis que seguir ciertas reglas o trucos, como más te guste llamarlo". Resulta que hay un montón de bebidas que son parecidas, pero que el precio no es el mismo. De ahí que lo que hacía era mezclarlas para rebajarlas, como hacen algunos tamberos "vivos" que rebajan la leche con agua. Entonces en el Bar del "Tío Lu" el whisky era mitad whisky y mitad doble v; las botellas de vino nunca estaban cerradas, porque les ponía vino de la damajuana. Y así con un montón de bebidas más. Pero la gran "diferencia" la hacía con los vasos. Estos tenían la particularidad de empezar con un borde de vidrio fino, pero a medida que se acerca el fondo el gruesor del vidrio aumenta y se achica la capacidad del vaso. Por toda estas cosas y otras, es que Nicanor hacía la vista gorda con la lista de deudores.
La verdad es que llegué al bar en el mejor momento, porque el tema excluyente de ese Sábado 5 de Octubre de 1966 era el clásico local, entre Chumbita y Deporgol, que se jugaba el domingo. Además del partido, de lo que se hablaba era de la contratación de un jugador del que todos hablaban y yo sentado sólo a unos metros de la discusión no podía saber de quien se trataba. Pero tenía la sensación de que hablaban de una persona que yo conocía. Hasta que entró al bar el comisario, Benito Gutierrez y le preguntaron si lo conocía al jugador de fútbol Juan Vicente. A pesar de que el comisario dijo no conocerlo, yo sí que lo conocía y muy bien.
El "Rosca" Vicente o el hombre de los tres nombres, porque se llamaba Juan José Vicente, era muy conocido en la zona de Córdoba y por lo que pude escuchar lo había contratado Chumbita para jugar solamente la final de la liga contra Deporgol. Algo parecido a lo que hizo Boca cuando trajo al delantero del Flamengo de Brasil, Gaucho y a la vieja Reinoso para jugar la final contra el Newell’s del "Loco" Marcelo Bielsa en el año 1991. Pero en Cayupán, esa tarde, nadie lo conocía, sólo eran rumores que habían llegado al pueblo.
"Me dijeron que juega de enganche", dijo un petiso cabezón, mientras repartía las cartas para arrancar otra mano de chinchón.
Nicanor, sentado en la mesa, comentó que era un gran lanzador. "Le pega a la pelota como los dioses!!!", agregó mirando para el mostrador tratando de ver si había alguien a quien atender. Además dijo que le habían llegado comentarios de que le pega con precisión y con una comba increíble. Para afirmar más este comentario, saltó uno con cara de turco y dijo que era impresionante el chanfle que le daba a la pelota con cualquiera de los dos empeines. "Ese vino a robar", exclamó uno que estaba parado relojeandole las cartas a Nicanor.
Como no podía faltar, saltó uno bien diplomático que no se cansaba de decir que había que verlo jugar y después hablar.Nadie sabía porque le decían el Rosca.
La discusión iba subiendo de tono hasta que no aguanté más y les pegué el grito: "El rosca Vicente no puede jugar el domingo".
Se hizo un silencio de sala velatoria, que debe haber durado tres o cuatro segundos. Esperé que todos me miraran y un poco más pausado e impostando la voz les volví a repetir: "Escucharon bien, el ´Rosca´ Vicente no puede jugar mañana".
Algunos me miraron mal, como sapo de otro pozo. Pero como había dicho algo muy importante no dijeron nada, hasta que un enano de gorra me gritó: "¿Y por qué el rosca no puede jugar?"
"Si me pagan un vino les cuento". Y ahí nomás me invitaron a la mesa para que les explique lo del tal "Rosca".
De pronto como quien no quiere la cosa me encontraba siendo el centro de atracción del bar, así que apelando a mi picardía, y mientras me acomodaba en la silla lo miré al enano de gorra que estaba acodado en el mostrador y le dije: "Dos de dulce... ... y un vino, paga el hombre". Nicanor, no dijo nada y enseguida autorizó el pedido. (Vos seguro que no sabés pero dos de dulce significan empanadas de dulce de batata, muy tradicionales en los bares de pueblo).
Espere que todos se acomodaran y comencé a contarles porque "El Rosca" Juan José Vicente no podía jugar ese domingo para Chumbita contra Peporgol.
Sucedió algo extraño con el Rosca, por lo que escuché ustedes no lo conocen. Tengo que decirles que es el mejor tipo que le pega a la pelota. No hay nadie que se le parezca. No tiene un remate muy potente, pero tiene una precisión admirable. Le da una comba a cada remate que engaña a todo el mundo.
Una cosa es que yo les cuente y otra es verlo. Su remate más famoso es la vivorita o el doble efecto. La pelota hace una doble comba que los arqueros quedan desparramados y sin saber que hacer. Un amigo me contó que el secreto esta en los dedos del pie. La verdad es que nadie sabe como hace. Cada vez que le preguntan el "Rosca" siempre contesta la mismo: el viento... fue el viento.
Debe andar por los 35 o 36 años, el último partido lo jugó hace dos semanas en Córdoba, le dio el título a las Guasquitas de Villa María. Venía de jugar en un equipo boliviano. Allí era muy famoso, sobre todo en la Paz. Fue el único tipo que en la altura hacía doblar la pelota, era maravilloso. Para el no había ni presión, ni gravedad, ni altura que lo molestara. Soluciona todo con la zurda mágica que tiene.
Tuve la suerte, me parece, de estar en el último partido del Rosca. Jugaban la final Las Guasquitas y Cuyaso, el partido estaba cero a cero, el "Rosca" estaba en el banco de suplentes, se encuentra en el ocaso de su carrera y una lesión no lo deja ponerse bien físicamente. Aunque la pegada la tenía intacta. Así que el técnico había estado esperando un tiro libre cerca del área para hacerlo entrar, convertir el gol y ganar el título. La cosa es que el partido se terminaba y las Guasquitas tenia 2 jugadores expulsados por simular faltas cerca del área y 6 amonestados por tirarse.
Faltaba jugarse un minuto de los dos que había adicionado el árbitro, cuando un defensor de las Guasquitas rechazó una pelota, picó un delantero, hubo una desatención entre el número dos y "el gato" Amaya, arquero de Cuyaso. Entonces el número nueve se fue solito, hizo la gambeta larga y el arquero lo desestabilizó de un manotazo. En vez de gritar penal, todos miraron al banco de suplentes y gritaron: ¡¡¡El Rosca!!!. ¡¡¡Que entre el Rosca!!! Era el momento esperado por todos. Vicente, tipo conocedor de esto, se levantó del banco de suplentes y como quien va a hacer un mandado se dirigió al área en busca de la pelota.
A pesar de que en el equipo de las guasquitas había un zaguero que se llamaba el Aranda, que le pegaba con un fierro y tenía como 15 o 16 penales pateados y todos convertidos, nadie dudaba de que el penal lo iba a patear el "Rosca".
Un jugador de las Guasquitas se retiró para dejarlo ingresar. La hinchada de las Guasquitas ya festejaba, mientras que la de Cuyaso no lo podía creer y comenzaba a abandonar el estadio.
Era gol seguro, porque a pesar de que en el penal la distancia con el arco es corta, el "Rosca" le daba tanto efecto a la pelota que si uno miraba el penal del arco contrario y el tiro iba esquinado, la pelota salía del arco y cuando parecía que se iba afuera, doblaba y se metía pegadita al palo. Los arqueros se resignaban ante el efecto que le aplicaba a la pelota.
La cosa es que el "Rosca" puso la pelota en el punto penal, retrocedió cuatro pasos y con las manos en la cintura, miró hacia donde estaba el árbitro como diciendole "dale, da orden que no tengo todo el día".
Los jugadores de Cuyaso no se pusieron en el borde del área, resignados se habían amontonado en el círculo central, mirando para el túnel con más ganas de irse a las duchas que quedarse. Mientras los muchachos de las Guasquitas se preparaban para ir a abrazar a su ídolo.
El juez dio la orden y Juan José "El Rosca" Vicente amacó su cuerpo y caminó los cuatro pasos que lo separaban de la pelota.
Yo que lo había visto patear, no noté ninguna diferencia, le entró como siempre lo hacía. Pero el remate esta vez fue al medio del arco, en donde "El Gato" Amaya se había quedado parado como para ver mejor el gol. De ser un espectador de lujo, Amaya vio venir la pelota a media altura, a unos centímetros de su rodilla derecha.
El silencio que había en el estadio se potenció. Nadie podía creer lo que iba a suceder. "El Gato" Amaya le ataja el penal al "Rosca" Vicente.
Los hinchas de las Guasquitas que habían roto el alambrado y entraban corriendo a la cancha a festejar, se frenaron sin saber que hacer. El ídolo que iban a llevar en andas, comenzaba a transformarse en el tipo que les arruinaba la fiesta. Algo había que hacer, si no había festejo tenía que haber un ajusticiamiento para el culpable, por haber errado el penal.
En ese momento "El Gato" Amaya dio un paso para adelante bajó los brazos y tomó la pelota con las dos manos.
Antes de que "El Gato" contenga el penal, ya se había iniciado la cacería del Rosca Vicente, porque se conocía el desenlace de la jugada ante la debilidad del remate.
Yo que debería ser uno de los pocos tipos imparciales que había en la cancha, no podía entender la actitud del Rosca, ya que estaban a punto de desarmarlo a golpes, y él como si no hubiera pasado nada. Se dio vuelta, vio venir el malón e hizo un gesto con las dos manos: Paren, che!!!. Acá no pasa nada. Ya la va a soltar. Esta todo bien, esperen. Ya la va a soltar.
Mientras los jugadores y los hinchas de las guasquitas iban haciendo cola para pegarle al "Rosca" y quebrarle tres costillas, la clavícula, un tobillo, el peroné y la tibia; "El gato" Amaya con la pelota en las manos hizo un paso al costado para esquivar el tumulto e intentó sacar rápido para los compañeros que estaban en la mitad de la cancha.
"¡¡¡Ehhh, pará viejo!!! -fui interrumpido en mi relato por el comisario Gutierrez- Vos dijiste que ´El Rosca´ le había dado el campeonato a las Guasquitas. ¿Cómo puede ser, si le atajaron el Penal?"
Esperen no sean impacientes, dejenmé terminar porque la jugada continuó. "El gato" Amaya, como les conté, intento sacar rápido de sobrepique, como lo hacía siempre. Pero cuando le quiso pegar a la pelota, después del pique en el suelo, no pudo y sólo pateo el aire. Es que el efecto, que le había dado "El Rosca", tomó impulso cuando la pelota picó y se fue mansamente adentro del arco. Fue como si el efecto hubiera estado dormido y el pique en el suelo lo despertara.
Lo que pasó después fue que nadie se había dado cuenta de lo que había pasado. La pelota adentro del arco; el árbitro marcando el centro de la cancha convalidando el gol; los jugadores de Cuyaso no entendían como el penal atajado no era atajado y los hinchas y jugadores de las Guasquitas le seguían pegando al Rosca.
Cuando se dieron cuenta de que habían ganado el campeonato, levantaron al "Rosca" en andas y comenzaron a festejar. A todo esto Juan Jose "El Rosca" Vicente antes de desmayarse a causa de los golpes, solo atinó a preguntar: ¿la soltó? ¿Soltó la pelota?...

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